Utopías, distopías, ruido y control mental

Cuando volvemos a los siglos de Voltaire, en los que el ingenioso autor hacía notar la imperiosa necesidad de que la diosa Razón y su hija la Verdad se escondieran en su cueva a la espera de momentos mejores, se impone una reflexión seria de claves y basurilla prescindible.

Ya no hay duda: nos imponen una nueva religión con todos los elementos, incluida la censura y la santa Inquisición. Esta, entre otras maravillas, incluye la asquerosa palabra «cancelación» o «anulación»: «te borro, te echo, te jodes… ¡ah!, y te etiqueto, por supuesto. Y ahí te quedas con esas orejas de burro o capirote, paseándote por las calles de la red chupacerebros antes de subir al patíbulo». El acoso, la guadaña sobre la libertad de expresión, la mojigatería, el acoso… Sí, todos esos elementos más viejos que el mundo con los que intentan acogotarnos, anonadarnos, emperifollarnos y vaciarnos.

La diferencia está en que, ahora principalmente, hay mucho de autoflagelo y muchísimo —todo— de complicidad necesaria (para los barandas) con el Sistema, el poder. Poder al que somos serviles y del que nos fichamos solitos como siervos y víctimas propiciatorias. ¿Por qué? No somos más tontos. De hecho, estamos más preparados, vivimos pasada la Edad Media y hasta hemos superado doctorados, posdoctorados y otras lindezas con buenos comentarios. ¡¿Entonces?! Quizá la respuesta esté en que vivimos un momento exacto de competitividad extrema. Entramos en el juego, pero buscamos que aún quede un recorrido para el tiempo de la solidaridad y la verdadera sostenibilidad de vida digna.

Solo asistimos a propaganda. Las redes nos conocen de cabo a rabo, sobre todo nuestra ambición. Y hemos renunciado a cualquier cosa que no sea el «inclúyeme, que yo me salvo».

Decía Max Aub que los jóvenes tendríamos que aprender lo que supimos, lo que otros supieron… Es el eterno y lógico desarrollo: a los jóvenes les corresponde la búsqueda, la energía y la nueva construcción en esta espiral. Espiral, que no círculo (eso es absurdo), que es la historia (siempre adelante pese a los cruces de camino y retrocesos puntuales). Y aprender es precisamente una de las claves. O, más exactamente, es la cultura con mayúsculas, el pensamiento crítico que la construye. Urgente y necesario, sin el cual no hay nada.

Comentarios De Los Clientes, Comentarios, utopías

Un grito de esclavitud 

No ha habido grito más espeluznante, consigna más rastrera ante el poder y abominación más enorme hacia la distopía que ya vivimos (y que ya vivíamos en ese momento) que esa cosa del 15M. Este proclamaba: «no somos antisistema, el Sistema es antinosotros».

Mientras, unos babosos intentaban reinventar el sermón de la montaña a lo Jesucristo Superstar 2.0. Explicaban clases de ciudadanía para dummies y temían que la creatividad real de los chavales más increíbles —como ese peazo de artista que ideó y creó las cerchas— fuera más allá. O, incluso, que algún joven reconociera al profesor Agustín García Calvo, que, ¡pobre!, creyó que se estaba realizando ya la anarquía. Inocentemente, el hombre apelaba a dormidos seres encaramado a un mástil, presa de la ignorancia general. Esos semiconductores, asimismo, trataban de evitar que no se pasearan por la calle más extremos que esos carlistas con sus gorras antediluvianas que temían, ridículamente, que se proclamara La III República. Lo temían por el solo hecho de que alguien sacara la tricolor (única bandera constitucional democrática existente, por cierto) a que le diera el aire… 

Sí. Enseguida se encarriló todo. Hacia la mayor gloria de los que hoy en política ya se forran tan ricamente como los que les precedieron por hacer lo mismo. Por prohibir la crítica y vender al personal como hábiles e industriosos cancerberos del poder neoliberal imperialista abusador y explotador. Y, también, por ser la barrera del cabreo general y legítimo. Un hartazgo que anda muy tímido, midiendo sus fuerzas para que a los «putos amos» no les pase ni la mínima. Que vivan cómodos incubando camadas de más esclavistas.

Bueno, y ¿qué es arrodillarse así ante el maltratador, elogiarle, querer que nos adjunte y querer que le sirvamos de maestro de ceremonias y verdugos a un tiempo? ¿Dónde quedan las legítimas utopías de la juventud rebelde? Yo, la respuesta la encuentro en los jóvenes (nuestro futuro). Muchos se venden con contentura por unas horillas de trabajo humillante sin decir ni mu. Porque a la puerta del curre les espera la fiesta y la venganza en sus propios cuerpos; carne de cañón. Pero consumen móviles, birras y viajes internacionales alucinantes…

Ahora, que la buena noticia es que no todo el mundo es igual, evidentemente, como demuestra que tanto se molesten algunos por el destrozo. Aún no hay suficientes voces que se alcen y creen la alternativa cierta. Pero, aun así, sí está comenzando la controversia tan temida por el poder. Por que se alzarse alguna voz, por que se cree esa cultura referida, único camino. Pues sin reflexión y vida solo hay borreguismo y desolación, tierra erial. Solo criaturas de los laboratorios de ingeniería social que tan puntualmente se fueron conformando con Ricachos del Mundo S.A. desde la II Guerra Mundial en su versión moderna. Por supuesto, los oráculos, las religiones —opiáceas todas— y demás inventos ya modulaban desde el primer «desarrollo» humano el tinglado. Conducían a la masa, la castigaban y la enderezaban.

Libros, Reloj, Cuchillo, Tubo, Fumar, utopías

Ya no son tiempos de aquellos inventos de Guerra Fría Cultural como los que, acomodados a los intereses de todas las potencias, representaron las elucubraciones a lo Adorno y la escuela de Frankfurt. Ni es tiempo de otros inventos. Es tiempo de inventar.

Los conceptos y las etiquetas que nos venden y nos prestamos a comprar y poner a los otros son grilletes. También lo son las cuestiones metidas a base de muchos dólares en nuestras cabezas. Aprender a identificar las trampas es parte de nuestra labor. La de las personas que no nos conformamos con el estado de la cuestión y no estamos en el fin de la historia de ese histrión que dijo eso (menuda sonada), sino en la historia rebelde (no únicamente resistente). 

La murria del rumiar y la queja, el victimismo, el apego al falso confort. El tomar por un mundo, y no como herramientas o útiles que son (y que tendrían que ser para todos), aquello que nos adormece y mata el cerebro en esta guerra cognitiva total: las redes. El activismo de salón, la dependencia de los progenitores. El egoísmo, el hedonismo sin seso, las moderneces de cuatro populistas aprovechadillos con cómodos asientos ya en el festín de sus amos —¡esos pomposos!—. Los estúpidos safe space, modelos de las nuevas cámaras de gas donde, por grupos que autoconstituimos ridículamente para que nada nos moleste muy diversamente, nos fríen cuando quieren a placer (a diario, en realidad; en cada realidad). Ninguno de estos conceptos son la solución, sino los carriles de caída al precipicio. Pedir o reivindicar a los que nos embrutecen y anulan es ridículo.

Hay que cultivar los contrarios de lo que se espera de nosotros, desobedecer y crear, construir lo que necesitamos, vivir. Debemos romper moldes y buscar la libertad fuera del cuarto de los padres y de la nevera llena. Lejos de las ideas de otros, inducidas. Y fuera de las universidades y centros de poder, hoy volcados en crear seres al tiempo muy inteligentes para ser herramientas de esos opulentos; muy formados en el manejo de herramientas y en lo conveniente a la economía, pero muy tontos en lo demás, anulados para el pensamiento y nada contestatarios; muy obedientes o borregos, en definitiva. Sí, como señala el magnífico humanista y profesor Carlos Mario González. Sus lecciones magistrales están al alcance de todos en YouTube con sus Diálogos en la ciudad. Con esas iniciativas suyas —como Maestros de la sospecha— está aportando luz en medio de estas negras nubes.

La nueva revolución ha de ser. Y ha de ser reparto y, por tanto, socialismo. Principios a los que no se puede renunciar; no por deseo, sino por necesidad. Pero la nueva revolución está empezando ya en las cabezas y en las actuaciones de los no imbéciles y en nuestro concreto no país, centro neurálgico de corrupción. El reto es sembrar cultura, un proyecto que se abandonó en 1492, primera expulsión en masa de la inteligencia. Y, así, se continuó con el exterminio de la misma desde 1939 en adelante. Y se continúa, con un plan establecido que nos sigue agilipollando gracias a cantidad de melifluidad que nos regalan nuestras regias editoriales, conchabadas con el borboneo, el statu quo y la chalanería mortal, y que nos vacían la masa gris.

Abortar estos engendros de medios de comunicación al servicio de la cháchara y los mandatos de santa OTAN por la vía más operativa: que se los lea su padre y abone su madre la publicidad. Ninguna entrada más a esos abusones. Y dejar de darles con el dedito las veinticuatro horas a cosas que nos electrocutan, de mirar hacia abajo para ver el puto móvil todo el día, de hacer la reverencia a los jefes de pacotilla y a los gerentes del tinglao… Esa sí es la vía… de arranque. Pero tenemos que crear, no caer en el vacío. Eliminar la ansiedad con ansias de ser protagonistas.

Fantasía, Sueño, Astronauta, Noche

Y prender alegría con la vida contenta, y desprendernos del yo sumiso.

Me vienen a la memoria los primeros años de la Beauvoir en París, en una estancia mínima atufada de carbón, sin apenas recursos. ¡Pero qué a gusto se está diseñando el mundo propio, comenzando, determinando qué queremos ser de verdad, qué vale la pena, agrupándonos con el esfuerzo y el libre pensar, sin constricciones, sin que nadie nos diga lo que tenemos que soñar! O Sartre haciéndose su filosofía, cogiendo el cincel, representando tan honorablemente El existencialismo es un humanismo, no amilanándose ante las puertas del Gallimard soberbio que lo rechazaba… O tantas mujeres pioneras poniéndose el mundo por montera, creando su habitación propia, logrando su independencia cierta.

Deberíamos volver a los clásicos sin prejuicios inoculados. Y entender la vida con Proust, la condición humana con Balzac, las ideas con los filósofos; deberíamos abandonar la infantilización. Autoformarnos, salir, sí, al aire puro del riesgo donde la verdadera diversidad se manifiesta sin el aire infecto de los ofendidos perpetuos y los niños de teta que no aguantan una crítica, una visión distinta o una flexibilidad que no sea su santo capricho, ni aguantan un derecho humano que no venga de manos del Imperialismo asesino con sus democracias a medida, sus guerras atroces, sus hambrunas, su precariedad, sus drogas y sus engendros disolventes de la empatía. Y, por supuesto, sus dictados de qué o no es científico y sacrosanto, qué —o no— es lo que tenemos que relacionar, o dejarnos de relaciones, qué acotar, focalizar u olvidar…

Hay que dejar de ser unos críos que no aguantan una polémica. Las polémicas, de hecho, fortalecen siempre los espíritus fuertes, libres, inquietos, curiosos, vivos… los que merecen la pena, vaya.

Sois los jóvenes coraje la esperanza en la certeza, las utopías lejos del ruido, el ser humano que se abre paso y determina. Las bocanadas de aire fresco que representan los artistas, los poetas sólidos, las nuevas tendencias aún inexistentes que seamos capaces de crear como en su día hicieron los impresionistas, los dadaístas, la escritura automática… ¡lo que sea!, incluso lo excéntrico, cualquier cosa menos este aburrimiento mortal…. Sois las nuevas mentes y sus creaciones consistentes, que no compran la moto ni la foto fija, son los pujos que permitirán el parto.

Dicen los expertos que en la etapa llamada aquí «La Transición» —esa eterna bajada de pantalones que sigue…— mucha gente tuvo que renunciar a sus ideas y vivir lo que tocaba. Y, así, fueron creando otras cosas que merecieron la pena. O no.

Pero es que, como el poder es un avariento sin fin, un enfermo de la pasta y un comesangre que ve al resto de la humanidad como una reserva de antílopes para comérselos a placer, esos estúpidos ahora nos piden descaradamente que renunciemos al pan. Que renunciemos a una manera digna de sostenimiento de la vida, ¡a vivir siquiera!, a relaciones no frívolas y fugaces, a cariños, a ideales (que los ridículos dicen que no existen, pero les temen más que a un misil nuclear de esos que promueven…). No se puede renunciar a eso, señores caraduras que cada día inventan cómo extender su pudridero y que pretenden fumarse el mundo.

Porque, sí, de nuevo, más… Ustedes, la peste, vienen a por nosotros, a por todos. Pero ¡no les vamos a dejar!

Resistencia, Defensas, Defensiva, utopías

Sobre la autora

Enriqueta de la Cruz es analista política y económica, periodista, escritora y autora de las novelas Despertando a Lenin, El testamento de la Liga Santa, Nada es lo que parece, Memoria Vigilada y El amor es de Izquierda, así como de los ensayos César Navarro, vida y testimonio de un Francmasón. El hombre enamorado de la Libertad y Tiempos de Plomo y Ceniza.


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