La cometa se elevaba sin control y revoloteaba como una mariposa muriendo tras un golpe. El cielo estaba azul y gris, pero el sol aún brillaba. No había brisa y eso asustaba a los curiosos, pues no comprendían qué la hacía subir más y más.
Con la vista fija en el ave gigantesca, vieron también desaparecer a lo lejos al capitán de tal monstruo envuelto en risas y en un adiós involuntario. Era el hijo de la polvorera…
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