Delimitamos nuestras vulnerabilidades con máscaras venecianas en las que siempre hemos confiado para proveernos de protección. Se estructuran arquitectónicamente, pretendiendo adornar y solidificar. Se talla el mármol, como compensación a la maleabilidad y susceptibilidad de las tierras blandas. Una fantasía constituida de piedra se sitúa en nuestra cara para solapar los latidos del corazón que, aunque lejano, se manifiesta en el rostro sintiente, queriendo que la piedra nos cohíba para ser personajes y no tanto mamíferos. Nos convencemos de que esta es nuestra carne, civilizada y alquimizada por nuestra razón, por mi cultura autoconcebida y mi nación; mi propio país construido sobre la tierra de mi piel, mi casa.
Sabemos que el alcohol no rompe un mármol tan puro. Embriagamos el sistema de fritas ramas eléctricas que componen el sistema nervioso; raíces de la tierra, raíces de lo flexible. En la embriaguez, encendida e inquieta, nuestra carne de cañón se mueve por conmoción, aunque a través del mármol cueste percibirlo inmediatamente. El tembleque termina por romper el mármol que parecía inquebrantable. Empieza por estriarse en la comisura del labio talladita en piedra, desapareciéndose la coraza hermética que tapaba esa zona sensible del ser que vive debajo del personaje. Ese alguien, que se caracterizaba por su dureza, empieza a borrarse. La piedra comienza a quebrarse, y caen sobre el suelo pedazos rotos que estallan reproduciéndose sobre la superficie del suelo firme.
Por fin puede ser besado y sentir un algo. Diferente, no tan rígido, no tan inescrutable, siente algo así como la ligereza de una pluma al aire acariciarle el cacho de piel liberado de la piedra. La piel fermentada, casi licuada, como derretida por el calor contenido, se licúa y logra salir del pseudocuerpo. La cara líquida se escapa por esa ranura que delataba al labio, notándose casi ficticia. Se siente como un recién nacido líquido y desperdigado saliendo por fin del útero de una obra anticuada. En esa expansión de lo vulnerable, abierta a los sentidos, se encuentra el organismo; aunque traumatizado, en contacto íntimo con el mundo.
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