Reseña del segundo capítulo del libro de Silvia Federici Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria
No existe un feminismo universal. Si existiera el feminismo universal, no daría paso a las diferentes experiencias sociales, culturales, raciales y étnicas de las mujeres. Es por eso que el feminismo se construye, y se utilizan diferentes lentes y estrategias. Uno de esos lentes es el feminismo marxista, que analiza y explora las condiciones materiales en torno a las mujeres. O sea, como los salarios: mano de obra, propiedades, impuestos, oportunidades y condiciones laborales impactan en las mujeres.
Silvia Federici nos propone una de esas miradas al feminismo marxista. Federici es una activista feminista y teórica marxista, así que no cabe duda de que solo ella podía unir de una manera tan extraordinaria estas dos corrientes académicas y teóricas para aportar su granito sobre el feminismo marxista. De este modo, en su libro Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria utiliza ambas corrientes teóricas. Su tesis principal trata sobre cómo el capitalismo como sistema económico redefine los roles de género, formando una división sexual y obligando a las mujeres a limitarse solamente al trabajo reproductivo. O, como Silvia Federici menciona en un vídeo en YouTube: «They call it love, we call it unpaid labor».
Me quiero concentrar en el segundo capítulo del libro, titulado La acumulación de trabajo y la degradación de las mujeres. La construcción de la diferencia en la transición al capitalismo. Al leer este libro, pensé que solo se enfocaba en el rol y la explotación de la mujer desde el mundo capitalista. Sin embargo, me topé con la sorpresa de que no solo explica este argumento, sino que también pone en perspectiva cómo se construyen los roles de género en una época precapitalista. Federici nos explica cómo, en la crianza o en los espacios públicos, no había distinción de género o de jerarquía.
Para apoyar sus argumentos, Federici nos plantea como escenario histórico la sociedad rural en la Inglaterra medieval. Nos trae la cuestión de los centros comunales. Los centros comunales eran espacios que utilizaban los campesinos para poder trabajar en la agricultura y sus comercios. Esos centros comunales eran el «centro social» de las mujeres rurales, ya que en estos espacios públicos podían compartir actividades sociales y de subsistencia.
Este momento histórico coincide con la transición al capitalismo, término que fue acuñado por historiadores británicos. Federici critica severamente el término «transición», ya que ignora completamente la violencia y vulnerabilidad de las mujeres ante el cambio drástico en sus condiciones materiales. Dicha transición se acentuó cuando llegó la privatización de los centros comunales por parte de los lores, ya que necesitaban la mano de obra para poder generar ganancias en la industria de los textiles.
Cabe destacar que estos eventos concurrieron con la construcción del modernismo como relato, en el que la ciudad era el espacio principal para formar la civilización y lo campesino era lo tradicional o lo viejo.
Así pues, la privatización de los centros comunales fue una estrategia para crear un proletariado sin tierra, obligando a los proletarios a trabajar por un salario. Esta privatización puso a las mujeres en una posición de desventaja, ya que eliminaron su principal centro social. Así, las obligaron a rebelarse en contra de las autoridades y a empezar una época de revoluciones campesinas. Para Federici, es en esta época cuando podemos encontrarnos con los cambios en los roles de género, a causa de la variación del sistema económico principal. Las mujeres fueron privadas de su vida pública, y se fue feminizando el espacio privado mientras que el espacio público se fue masculinizando.
Con estas privatizaciones, la colonización de las Américas, las migraciones a la ciudad, las guerras constantes o el surgimiento del mercantilismo (capitalismo primitivo), afloró una crisis demográfica denominada como la «Gran Crisis» por historiadores como Hackett Fischer, entre otros (pág. 131). Esta crisis obligó a las autoridades a buscar soluciones, ya que si no había población, no había mano de obra. Y, por consiguiente, si no había mano de obra, los precios aumentarían drásticamente.
Fue entonces cuando a las mujeres se las limitó simplemente al trabajo de reproducción. Un trabajo de reproducción para poder crear y criar la mano de obra que sería necesaria en el futuro para mantener las estructuras económicas dominantes de la época.
Esto se contemplaba en diferentes leyes y mandatos, como la prohibición a las mujeres de títulos o propiedades. Igualmente, los gossip o los chismes de mujeres solas o solteras se veían de mal gusto. Y, sobre todo, se puede apreciar en la caza de brujas que se realizó por Europa y más adelante en las colonias en América. Estos resentimientos y penalidades giraban en torno al infanticidio, los anticonceptivos y el aborto.
Al leer el segundo capítulo del libro, también exploramos cómo en la literatura (por ejemplo, la de William Shakespeare, entre otros autores) la mujer se visualizaba como una persona sin autoridad o autonomía en su vida. Se denigraba a la mujer. En cambio, me pregunto cómo la reina Isabel I de Inglaterra pudo gobernar Inglaterra en una sociedad tan misógina.
Silvia Federici nos explica además que en las colonias en América se usaba la raza como jerarquía. De este modo, mujeres endeudadas en Europa viajaban a las colonias para utilizarse como mano de obra o trabajos manuales.
En conclusión, Federici nos da unas herramientas para poder entender cómo los sistemas económicos no solo influyen en las políticas, sino también en lo cultural. No nos olvidemos de que el género es una construcción social y que el capitalismo también fue sustentado por las mujeres, siendo obligadas y limitadas al trabajo reproductivo y doméstico en los espacios privados.
La lectura del libro tiene una narrativa bastante fácil de seguir, aunque hay que estar atento, ya que Silvia Federici recorre diferentes regiones y, sobre todo, casi quinientos años de historia materialista y feminista. Hay que prestar atención, porque puedes perderte por el camino y por el tiempo mientras lees.
Deja un comentario