Hoy, más que ayer y menos que mañana, en mi tarea diaria,
te pensé.
Traté de hacerlo entre las diez y las nueve; quiero borrar el hábito
de imaginarte todo el día mientras camino o trabajo.
A veces, me invade el rencor, donde es difícil extrañarme; otras, la culpa, donde muero de nuevo.
En ocasiones largas, desde las siete hasta las seis, me decido a jugar:
¿Estará igual?
Donde deseo, en la nobleza que he quemado, que no sea así.
A veces, el aire cruel me expresa que ya sonríes en otras letras,
ya te escriben en papeles que sí deseas y celebras.
Es donde he decidido pensarte desde las ocho hasta mis siete…
Al final, deseando que tú, más que nadie, tuvieras razón.
Espero que mañana, en un mes, quizá dos años o tres vidas y media,
de verdad tengas razón, y uno no quiera para siempre.

No tienes razón

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