Así me siento por las mañanas cuando estoy durmiendo, acurrucada en mi cama, soñando feliz con cosas bonitas: soy ajena a la miseria del mundo. Creando salud y grandeza en mis sueños. Consiguiendo logros inmensos y destrozando murallas engranadas en nuestra sociedad con la valentía que me palpita en las sienes cada día.
Cuando duermo soy fiel a mi destino. Porque no engaño a nadie ni imito a la multitud ni actúo pretendiendo ser un alguien más pequeño que no soy yo, que no me corresponde a mí.
Cuando duermo el mundo me concede una pausa. Se queda en modo hibernación hasta que mi cuerpo interior se haya renovado durante ocho horas, haya recuperado fuerzas y valor indispensable para que, cuando vuelva a abrir los ojos me pueda enfrentar a la radiación de los rayos gamma ardientes de ese sol, que me despierta todas las mañanas desde el mediodía en el que existo, y a la sociedad que cada día intenta ahogar mi luz e inteligencia en su cruel tradición cristiana.