Mi mente disparaba.
Yo aguardaba.
Era inquietante su manera de demostrar que era la que mandaba.
Yo aguardaba.
Empezó a sacar recuerdos a diestra y de manera siniestra,
enfocó su núcleo en la infancia, antes de mi inocencia.
Yo aguardaba.
Tomó como rehenes las memorias de mis amistades muertas.
A su vez se nutrió del odio hacia la vida misma
y, al finalizar la escena,
tomó fragmentos del ahora, llenos de problemas.
Yo aguardaba.
—Ya tengo mi ejército —señalaba orgullosa.
Había grandes monstruos sin descripción alguna.
También retorcidas fotografías en vida humana.
Había probabilidades fallidas.
Tenían armas de incertidumbre, y, en sus camisas, decían:
«Batallón de los sueños sin esperanza».
Yo aguardaba.
Se produjo un silencio incómodo.
Mi mente esperaba que yo estallara.
No le daría el gusto.
Puso en primera fila a mis amoríos fallidos.
Con notas de despedida,
con las palabras más hirientes que jamás dirían.
Yo aguardaba.
Desesperada, mi mente
desenterró a los que se habían ido.
Los programó para que me dijeran que la culpa había sido mía.
Yo aguardaba.
—¡¿Qué quieres?! —me gritó.
Saliendo adelante de todo el ejército que había reclutado.
—Paz —le respondí.
Mi mente se echó al piso derrotada.
Y a su vez todos sus subordinados se esfumaron. Mi mente aguardaba arrodillada.
Me acerqué y, cuando la abracé, también se desvaneció.
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