Su mirada perdida en el atardecer pintado con el más fino de los pinceles, sus dedos empujando la arena hacia adentro, sus piernas mojadas por el agua, sus pensamientos enfocados en el sonido y absorto de la sinfonía del bajar y subir del azul del mar. A la par su corazón, roto y cansado, encontraba refugio con el olor a atardecer de mar: ese olor que lo transportaba al lugar más antiguo y nostálgico de su felicidad, un olor dulce a pureza que hacía conjunto con lo salado a realidad, que lograba la mezcla de un dolor agridulce. A lo lejos, casi tocando los armónicos colores del atardecer, una silueta se acercaba danzando con el mar, que parecía flotar; se levantó de la arena y se unió con el mar dejando un espacio desde sus rodillas hacia arriba para seguir siendo parte del aire. Colocó su mano sobre sus ojos para mirar mejor qué y cómo se acercaba tan suavemente.
Era una chalupa. Sobre ella traía un cuerpo delicado con cabellos largos pintados de negro que remaba a la sinfonía de las olas con un remo lo suficientemente largo para alcanzar el fondo. Sin apartarlos, sus ojos recordaron su existencia durante unos segundos que parecieron milenios, y entonces la chalupa dejó de moverse. Su cabello flotaba con el aire, las olas sin inmutarse siguieron su música y el atardecer estaba cada vez más lejos; sacó entonces una caña de pescar, se dio la vuelta, arrojó la cuerda y esperó. Silencio. Su confusión e intriga eran una al observar. No vio lo que había pescado, pues lo ocultó antes de darse la vuelta y remar un poco más hacia la orilla. Al llegar, dijo:
—Pescaré estrellas de mar para ti.
Se adentró un poco más al mar, acercándose más a la figura más despampanante que había visto jamás. Sus movimientos se desarrollaban con cierta timidez, tal vez miedo; pero logró mirar hacia arriba debido a la altura de la chalupa; cerró los ojos. Su rostro se adornó de pequeñas estrellas de mar: eran delicadas y aún así se sentían incómodas con el roce en su piel mas, sin embargo, lo adoraba. Sintió un beso en sus labios: fue corto, pero con la energía suficiente para que su espíritu, por primera vez en mucho tiempo, despertase; abrió los ojos.
La chalupa se veía ya lejana. Era curioso cómo desaparecía junto al último tono de cielo anaranjado; no la volvió a ver nunca más. Aún con las estrellas en su rostro, que causaban envidia entre las estrellas de arriba, se sintió en paz cual vuelo en las nubes, cual ola liviana; era un sentimiento tan magnifico que era próximo a lo irreal, porque se sentía tan romántico con su propio ser que parecía una fantasía sin límites. Podría tener los ojos abiertos, pero no veía con claridad y tampoco quería, pues era feliz; tanto que la realidad era lo irreal para sus ojos. Quería quedarse ahí.
Para siempre.
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