intrascendencia raiz arbol

Intrascendencia no deseada

A mí me da igual si algún día acabo siendo estiércol para la fértil piel de la Madre Naturaleza. No me importa si algún día me muero y no queda nada de mí, ni siquiera un desquiciado recuerdo.


Si mi nombre se lo lleva sucio el viento, si mi cara nunca llega a ser más que una entre un tumulto de gente en una calle cualquiera, si mis sueños nunca llegan a ser realidad cumplida
o vivida.


¡Qué más da! Me importa muy poca cosa, la verdad. Lo que sí que quiero, lo que sinceramente anhelo, es un fin para la dichosa intranscendencia que plaga la valiosa existencia de mi ser más querido: mi gran hermana.


Ojalá pudiera dar algo para compensar todas sus penas vividas. Ojalá pudiera mecerla cada noche en un sueño sin dolores ni ojeras. Ojalá pudiera saciar yo sus deseos más carnosos con ella, simplemente sentir mi calor y ojalá pudiera darle todo lo que ella desea, todo lo que pide, todo lo que quiere.


Ojalá pudiera yo arrancarme el corazón, pulmones e hígado, hasta el último de los más inútiles de mis órganos, para servirle la felicidad en bandeja de plata, herrada por el herrero de confianza de los viejos dioses.


Ojalá mi vida no valga nada. Ojalá mi muerte sea cruel y larga y ojalá ocurra pronto, solamente para que ella tenga una vida de moneda dorada.


Para que ojalá se muera bien tarde y para que ojalá su muerte, cuando llegue, sea como un dulce canto de ópera y para que ojalá los muchos años que aún viva sean ricos y saludables.


Para que ojalá pueda disfrutar de todas las maravillas de la vida de las que yo, por intentar hacerla feliz a ella, nunca me permití disfrutar.


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