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He sonreído

Autor: David Crauley
Correctora: Laura De Buen Visús

He sonreído, como dictaste. Aún no sé si lo he hecho para ti o contra mí, pero he sonreído de una manera honesta y llena… mientras ha durado. Sé que, haciéndolo, tracé un nuevo sino sobre algún astro lejano que se regocijó. También él supo que estuve en ti. A veces, conmuevo el cielo; a veces, soy mucho mejor enemigo de mí mismo si huelo tus raíces.

Estar en ti, estar dentro de ti, estar conmigo cuando me pierdo en ti, recuperarme en ti: son las mejores maneras de olvidar todo lo que ladra y estalla allá fuera donde ni tú ni yo somos lo que amamos, sino lo que silenciamos. Confundidos en la masa de los que tampoco son lo que aman, sino lo que enmudecen entre una avenida y la siguiente pesadilla. 

¿El mundo no sabe por qué bailamos? ¿Aún no ha enloquecido con nosotros? ¿El mundo será suficiente cuando tú y yo alcemos una vez más nuestras voces en la noche? Tú te lo preguntas, pero yo ya no pienso en ello. El mundo me aburre. Sé bien que ya no gira cuando lamo tu sexo. Sé bien que lo que ya no gira se proyecta en la fantasía de las estrellas que se humedecen en tu vientre. Donde el mundo de los giros, detenido, de repente, mide el tiempo en el paso de las voces y los suspiros que invocas en el espacio de los astros estáticos… y yo he sonreído.

No es un secreto, ni siquiera es necesario que dudes de ello; cuando te miro desde el espejo, casi desnuda, casi llena de canciones sin sentido, pienso. Y siento que solo volveré a ser del todo real, una vez más, cuando alcance y abrace todas las líneas de tu cuerpo. Entonces, desvías la mirada después de haber sonreído, como si hubieras adivinado mis pensamientos, como si hubieras presentido cómo mis huesos y mi carne adquieren sangre. En ese momento, te desnudas del todo y yo, por fin, me hago completamente real.

¿Dónde te encontré? Aunque esa no es la pregunta correcta porque, realmente, no fue un encuentro. Fue un retorno, un vuelo hacia lo olvidado en otra edad, en otro lecho. Donde nos susurramos la promesa de que, una noche, al pie de la cruz herida por una era de gozos y horrores, no olvidaríamos amarnos una vez más.

Me hablaste en símbolos, olías a senderos secretos, mirabas a montañas distantes tal vez ubicadas en el fondo del mar o quizá en el nido de un pájaro. No lo sabía, pero eran montañas lo que veían tus ojos. No entendí tu lenguaje de misterios. Ni supe hacia dónde conducían todos aquellos caminos que se perdían detrás de una danza. Ni por qué las montañas crecían en mi pecho después de que hubieras sonreído un destello, y luego otro, de todo lo que yo no entendía; pero supe que lo amaría en este nuevo vuelo, en este nuevo retorno.

Ahora quiero estar en el mundo. Porque tú eres su dueña. Tú detienes para mí sus giros sin sentido hacia el ruido y la confusión. Porque no me entristezco si oigo un latido y, después, una piel desnuda en medio del camino. Ahora estoy en el mundo. Un mundo demasiado pequeño en el que no caben demasiados sueños si no se ama en exceso; si no se ama contra sus leyes, contra sus mentiras, contra sus límites. Ahora estoy en el mundo porque veo montañas cada vez que miro. Y ya no pienso en lo feo que es todo lo que ni mira ni ama, o en todo lo que es demasiado pequeño y gira sin sentido en medio de toda esa confusión.

Te pregunto: ¿dónde has aprendido el ritmo de la lluvia? Creo que lo sé, pero quiero que sean tus labios los que lo confiesen, sellados en los míos. Me parece que ya lo sé todo de ti. Creo que ya sé por qué lamentas que las flores no recuerde tu nombre, ni tu edad. ¿Acaso no soñaste que te moriste en todas ellas alguna vez? ¿Acaso no fuiste, tú también, una flor en esos jardines de espinas en los que creciste? Creo que ya lo sé todo, pero quiero que me lo dibujes en la piel, una vez más, cuando el cielo retroceda y la tierra me devuelva tus mares. Sí, creo que ya lo sé todo de ti. Pero cada viaje es un nuevo peregrinaje, y yo aún no he terminado de amarte, pues me queda mucho que explorar erguido dentro de ti.

A veces mueres sin siquiera darte cuenta. A veces mueres sabiendo que estás muriendo y, aun así, consigues haber sonreído. Y me das una montaña, un camino, una danza. No logro comprenderlo: ¿se puede dar vida en la tumba? ¿Se puede ser una tumba llena de vida? Mi muerte, en cambio, es lenta y llena de olvido. Mi muerte no ama y, además, se esconde de la vida. Pero la tuya se aleja y, sin embargo, deja tu perfume en cada ventana, en cada pedazo de aire, en cada pájaro que veo cruzar la habitación. A veces pregunto a todos esos pájaros qué clase de muerte es aquella que deja vida tras de sí. Me contestan que no debo conocerlo. Me dicen que no debo escuchar lo que solo los pájaros pueden pronunciar, y después se van contigo. O hacia ti, no lo sé.

¿Cuántas veces hemos sido perseguidos y exiliados? ¿Cuántas veces hemos comprendido que estamos locos y solos? No me importa lo que el mundo desconoce de lo mucho que hay en ti y en mí, ni me importa si no nos abre sus ventanas y nos oculta su rostro. Después de todo, siempre nos desnudamos donde sea. No me importa nada si permaneces en mí, dentro de mí o conmigo cuando no estoy en mí. No me importa nada, ya no. Mis pasos, ahora, son una danza en torno a tu carne desnuda, y ese es un mundo que nunca se cierra ni ignora. Partamos al exilio, locos y solos, una vez más. Te prometo que el cielo también se ríe de todo en ese mundo que dejamos atrás, porque ni llora ni comprende.

A veces, te toco y tiemblo. Si fuera poeta hablaría la lengua de los lobos y de las raíces de los árboles. Porque, en esos momentos, tiemblo y siento que nada me separa de la tierra que piso o de las bestias y bosques que lo visten. A veces tiemblo por dentro. No soy poeta, pero, aun así, en esos instantes, hablo con mi voz todas las voces de mis huesos. Me dicen que te amo, me dicen que se romperán cuando llegue el día y me olvides. Sucederá, lo sé. Un día, con el cuerpo quebrado, no podré caminar o apuntar a tu recuerdo en alguna estrella en el firmamento, porque tú me habrás olvidado. También yo te olvidaré, y tú me recordarás en otra vida, en otro tiempo. Volveremos a encontrarnos, porque no hay amor que no se repita, pese a las tumbas llenas de huesos rotos. 

A veces tiemblo. A veces te amo más antes de olvidarte. Lo hago sin ser un maldito poeta.

He sonreído David Crauley

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