¿«Gran ciudad» y «universidad» son sinónimos de triunfo?

Esto simplemente es una mirada a la vida de María.

Imaginémonos que hemos nacido en un pequeño pueblo; eso es lo que le ocurrió a nuestra protagonista. Un pequeño pueblo de escasos 800 habitantes, aún perteneciente a la ciudad de Salamanca pero muy cerca de la frontera con Portugal. Un pueblo donde en verano su población se incrementaba con la llegada de veraneantes. Un pueblo principalmente agrícola y ganadero donde solo se podía estudiar hasta la EGB.

María contaba con tíos en Madrid y viajaba asiduamente con sus padres a la capital de España. Las luces de la gran ciudad se divisaban desde la terraza de la casa de sus tíos. «La Gran Ciudad», aquella en la que se podía realizar de todo. Aquella que brillaba de noche y donde las personas siempre vestían y caminaban de manera elegante.

Tuvo la suerte de contar con unos magníficos padres que amaban a sus dos hijas. María tenía una hermana, cuatro años mayor que ella, a la que sus padres no favorecieron tanto la vida como a ella; cosa que, con el tiempo, agradeció.

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Día tras día, María escuchaba el deseo de su madre de que sus hijas «llegaran más lejos» que su marido y ella en el camino de la vida, y así María llegó a la gran ciudad y a la universidad. Su padre había muerto cuando ella contaba con apenas 13 años, de modo que ahí quedó su madre esforzándose diaria y mensualmente por pagar sus estudios. Muchas veces le decía que prefería comer todos los días patatas a que les faltara algo a sus hijas.

María terminó su carrera y comenzaron los años de pasar tiempo en un trabajo y después en otro. No siempre estaban relacionados con lo suyo, ¡pero había que comer y vivir! Pasaron muchos años, demasiados —más de veinte—, de desorientación, aunque siempre contó con el apoyo y con los mimos de mamá. «¡Qué idea más equivocada la de arropar tanto!», me dice ahora María tras la muerte de su madre. Ahora, María, acostumbrada al cobijo de las faldas de su madre, tiene que defenderse sola: debe conseguir un trabajo donde demuestre que es capaz, que tiene aptitudes y donde se lleve bien con sus compañeros. Ahora, María la echa en falta y está sola; se siente sola. Porque, a pesar de que su hermana siempre se ha portado muy bien con ella y ha estado a su lado, una madre no es igual que una hermana.

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Hoy día, María reflexiona y se acuerda de esas imágenes, relacionadas con su actual profesión, que veía en televisión siendo pequeña y que tanto la inspiraron para elegir sus estudios. Entonces, se pregunta si eran una fantasía o simplemente una lejana realidad. Ahora, piensa que hay que esforzarse por aprender y practicar un oficio, y no acudir a la universidad únicamente a obtener cultura general. ¿En qué ha fallado? ¿Le faltó coger el bolígrafo y el papel y comenzar a escribir por su cuenta? Quizá tan solo hacía falta que se pusiera a ello y le dedicara tiempo. ¿De qué sirve una cultura general —reflexiona— si no eres buena realizando bien y rápido lo básico que requiere la profesión? Hoy, piensa que han sido muchos los errores que la han llevado a no haber podido vivir de lo suyo. Triste realidad, ¿verdad? Tal vez todavía se pueda enmendar.

Es tiempo de que deseche la palabra comodidad del vocabulario y esté dispuesta a practicar para ser mejor en lo que pide su profesión. Esperemos que esté dispuesta a pagar el precio del esfuerzo, que espante los miedos y que crea cada día más en sí misma. Y, además, que la sociedad le permita demostrar lo que vale.


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