En el año 1921 se crea el idioma conocido como Castellano.
Un grupo de sabios de Valladolid se juntan en una habitación de buenos muebles de madera y alfombra verde decididos a crear un lenguaje para el pueblo ibérico, que torpemente aborda el contratiempo de la comunicación mediante burdos balbuceos y rugidos entonados.
Así pues, el grupo de sabios creó un idioma lleno de eses y demás letras que completasen armoniosamente la fonética del nuevo idioma. Había sido ahora creado y consagrado, biblia y pepa en mano, ante un alto cargo de la Santísima Iglesia Católica.
Al día siguiente, la población española comienza a utilizar el nuevo puente alzado en pos de la buena comunicación, la nueva herramienta de transferencia de información compartida por aquellos maravillosos sabios .
Pero la población se lía. Cada uno tenía su complejo sistema de rugidos y balbuceos que eficientemente permitían la supervivencia de sus usuarios.
Por tanto cada zona de La Península Ibérica tenía un sistema único de sonidos, representativo, además, de su folklore, cultura e incluso climatología.
Los ciudadanos peninsulares empiezan a combinar estos balbuceos con el nuevo y traído cual mesias en libros sagrados, cual bengala salvadora, cual bote en un naufragio, idioma Castellano. Es así como nacen los diferentes acentos que hoy en día conocemos como: andaluz, gallego, catalán, cordobés, leonés, etc.
Que traen como regalo una combinación entre las culturas nueva y antigua.
Entonces los sabios creadores del nuevo lenguaje sintieron una frustración y una deshonra sobrecogedoras al darse cuenta de que su creación divina había sido corrompida y maltrecha. Por ello impusieron el «acento normal». Con esto se consiguió que se considerasen incorrectos los acentos «no normales», y se castigase a sus hablantes con el correctivo de la humillación y el prejuicio. Se consideró que sus formas de hablar, y por tanto, parte de sus culturas, era incorrecta, pues decidieron tomar su camino aledaño a la perfección intelectual castellana.
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