Sí,
de aquel castillo que los ojos hicieron
a su imagen y semejanza
tentados por el deseo y el miedo,
refugio imposible en su propio espejo
contra las oscuras alas que destruirían
su antigua fe,
brotó tras el musgo de la pared
una grieta por la que entró
una imprevista mariposa
entre tanto recuerdo disecado, y dijo:
«soy»
(espejo incansable de la propia fe,
para esconderse de la fascinante noche que los acechaba
con imposibles ángulos, que desmontarían su tosca mirada
para ocultar las fascinantes aristas de lo innombrable).
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