Siempre necesité ídolos de piedra,
figuras fijas, inamovibles,
que sustentaran mi persona,
y mi psique se deterioró
el día que todos cayeron:
comprendí que mi único ídolo
debía ser yo.
Ahora, entre ratas de ciudad,
en horas transparentes
se vierte todo.
Ya no hacen falta certezas ajenas,
ahora soy yo
el que sobrevive a sus propias verdades
mientras la tormenta avanza
y mis fallos son enjuagados
a la intemperie de esta farsa.
Dadme tiempo
y os diré quién soy.
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