Y verte ahí,
en una prisión de palabras y hechos.
Y verte ahí,
en un laberinto sin salida,
en un pozo inundado.
Y verte ahí
o no verte,
porque una nube de mentiras
nubla tu verdad
y no lo ves,
o no te dejan verlo.
Buscaba un suspiro,
un soplo,
un resquicio de aire,
de libertad.
Se preguntaba por qué:
¿por qué tuvo que ser ella?
Se culpaba
por todo y por nada.
Su respuesta era:
porque me lo he buscado.
Hasta que su respuesta cambió
y quiso vivir,
y no veía futuro posible.
Quiso vivir en libertad,
sin nudos en el pecho
ni en las muñecas.
Quiso vivir
y lo hizo en incertidumbre,
hasta que dejó de hacerlo.
Cogió las riendas y luchó,
y se extinguieron el miedo
y la incertidumbre.
Vio la luz al final del pozo;
ese resquicio,
esa persona.
Se liberó de sí misma
y de su monstruo.
Era otra,
era ella misma.
La que había sido y dejó de ser,
la que quiso ver en el espejo cada mañana.
Porque se había cansado
de tirar la toalla,
de agachar la cabeza,
de callar sus gritos.
Era otra,
era ella misma.
Luchó.
Gritó.
Fue.
Y empezó a ser
libre,
feliz,
ella.
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