Mi nombre es Daniel. Nací en Italia, soy cosmopolita por raíces y viajero por vocación. Desde hace unos meses empecé por vocación también a escribir pequeños cuentos, protagonizados por los lugares y personas que conocí por mis viajes con mochila por todo el planeta. Página tras página, mis cuentos van tomando la forma de una colección. Hasta hace poco el idioma que utilizaba para escribir era el italiano, pero una triste razón me ha llevado a usar el castellano con el deseo de que puedan leerme los numerosos amigos que tengo en el mundo hispanohablante.
Este cuento está situado en Mianmar, uno de los pocos países que comparte frontera tanto con la India como con China, además de Bangladesh, Laos y Tailandia. Fue parte del Imperio Británico hasta que logró librarse del yugo europeo pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, como la India, Paquistán y Bangladesh, y durante algo más de dos décadas estuvo bajo el control de un único partido político, el Partido del Programa Socialista de Birmania, con las extrañas ideas de su líder, Ne Win.
En general, el país pasó casi todo el siglo XX sin conocer la democracia. Sin embargo durante un breve periodo de tiempo pareció que el XXI iba a ser distinto gracias la lucha de Aung San Suu Kyi, política premiada con el Nobel de la Paz. Tras años de prisión logró la liberación del país y pese al enfado de los militares llegó a ser presidenta. La situación positiva no pareció tan clara cuando ella negó, pese al espanto internacional, el genocidio de la comunidad rohinyá llevado a cabo en su propio país. Y recientemente hemos recibido la noticia de que la dictadura amenaza con volverse en realidad, los militares se han apoderado de las calles a pesar de las manifestaciones en contra y la mujer más amada de la nación ha vuelto a ser arrestada. El pueblo tiene miedo a un futuro de represión, condicionado por la censura y el hermetismo dictados por las políticas militares.
Tuve el privilegio de estar en el maravilloso país de Mianmar en 2018, conociendo a personas igualmente maravillosas. El país me marcó con su energía, su entusiasmo y su vitalidad.
El siguiente cuento intenta llevaros, con la imaginación y la espontaneidad, adonde tuvo lugar casi toda mi experiencia en Mianmar, narrando de forma romántica hechos reales mezclados con sueños con el objetivo de homenajear a una nación tan especial.
En la lejanía se oían cantos, oraciones budistas, gallinas eufóricas y perros peleándose. Los primeros rayos de sol introducían una nueva madrugada. Eran las 5 y el barrio iba encendiendo su motor.
Wunna se despertaba a esa hora desde pequeño, y desde aquellos tiempo empezaba el día meditando y agradeciendo a Buda la prosperidad de su vida.
Vivía en el dormitorio número siete, aquel dedicado a los monjes más sanos, quienes pueden aún realizar actos de bondad y generosidad para la comunidad.
Eran muchos los que compartían aquel lugar con él, cada cual con su delgadísimo colchón y su mosquitera, la cual era por cierto necesaria para evitar enfermedades, algunas mortales (la filosofía budista impide matar a los insectos, incluyendo los mosquitos).
Los monjes se preparaban para su misión diaria con calma y solemnidad. Y si bien el refrán dice que «el hábito no hace al monje», en aquel contexto el ponerse la larga tela roja, que cubría casi todo el cuerpo dejando un hombro descubierto, era lo único que distinguía a los monjes de los demás habitantes.
Aquel pueblo, a unos pocos kilómetros de distancia de Rangún, capital de la nación hasta 2005, hospedaba existencias humanas ricas de contrastes, llenas de historias de esperanza, dolor y redención.
Cuartos de hospital improvisados acogían a personas provenientes de distintas clases sociales, quienes se encontraban allí por diversas razones que les había puesto la vida por delante, a veces enfermedades incurables a las que se enfrentaban con enfermeros voluntarios llegados de todos los continentes.
Había familias que simplemente encontraron un refugio, menores no acompañados, discapacitados que no tenían a nadie que les cuidara, refugiados, monjes y fieles.
Tambien había un equipazo de voluntarios internacionales, con cualidades heterogéneas y un tiempo de estancia que variaba entre unos pocos días hasta más de dos años por los más veteranos.
¿El principal objetivo? Hacer la mayor cantidad posible de buenas acciones durante el día, ayudando en cocina, construcciones, enseñanza, animación, fisioterapia, baile, paseos por el parque, lavado de pacientes; cada persona era libre de expresar su talento y sus capacidades ofreciendo su energía a la colectividad.
Wunna amaba conversar con los recién llegados, intentando dejarse entender utilizando su bizarra mímica y sus pocas palabras en inglés aprendidas con los años.
Wunna, junto a unos veinte compañeros, era el encargado de la recolección de las ofrendas en diferentes zonas de la ciudad. Cada mañana una furgoneta petada de monjes, unos voluntarios y un simpático perrito salía hacia un nuevo barrio para que el grupo caminara por las calles recibiendo comida, dinero, flores y otros regalos por parte de las familias que tanto creían en valores como generosidad y altruismo, indispensables para fortalecer el proprio karma, elemento fundamental en la vida de un budista.
Era un momento mágico, lleno de simbología y humildad. Gian, un chico italiano recién llegado al centro, acompañaba cada mañana a los monjes en la recolección de ofrendas. Él y Wunna se sentaban siempre cerca en los asientos de la furgoneta durante los viajes hacia los distintos barrios de la ciudad, se contaban y descubrían cosas nuevas cada día, maravillándose de lo fácil que podía ser conectar a pesar de la barrera del idioma. Wunna estaba realmente entusiasmado por su nueva amistad con Gian, lo había admirado varias veces a lo largo del día dándolo todo en diferentes actividades; clases de inglés, fisioterapia con los pacientes con problemas motores y animación con los niños. Gian sentía mucha emociones por poderse relacionar de una forma tan informal con Wunna.
En Mianmar la vida monástica no siempre era causada por una vocación: a menudo era la única posibilidad para los chiquillos nacidos en familias pobres y numerosas.
Wunna en el pasado fumaba tabaco, consumía alcohol, tenia tatuajes en sus brazos y a veces no resistía a la tentación de mirar los cuerpos armoniosos y sensuales de las voluntarias que se movían y vestían de una forma diferente de la de las mujeres de su tierra.
Muchos otros monjes en el centro tenían, como él, una historia marcada por vicios y debilidades como cualquier otro ser humano, y habían encontrado en la fe un refugio físico y mental. Un equilibrio lleno de oraciones y meditaciones que permitía a generaciones de hombres y mujeres en Mianmar de enfrentar los desafios de la vida con más serenidad y paz.
El mismo Siddharta Gautama tuvo que vivir muchos años engañado por el lujo y el placer efímero antes de encontrar el camino hacia el Samadhi (liberación) y convertirse así en el Buda que billones de personas siglos adoran y siguen como ejemplo desde hace siglos, en un principio solo en Oriente y recientemente también en Occidente y otras latitudes de nuestro planeta.
Wunna era un gran observador, adoraba analizar los diferentes perfiles que cruzaban su mirada e indagaba con su intuición sobre sus pasados y adivinaba sus futuros.
La recolección de ofrendas provocaba en él una sensación de libertad y solemnidad; cantaba, bromeaba, mostraba sus tatuajes caseros a los voluntarios curiosos y hacia bromas a los monjes que se dormían durante el viaje.
Gian cada madrugada tomaba más confianza con Wunna, habían intercambiado conocimientos sobre muchas temáticas, y habían probado todos los batidos que la pequeña tienda del barrio se proponían; Wunna adoraba el mix Banana y Papaya, Gian era fan de la combinación de Mango, Dátiles y Leche.
Durante las siguientes semanas el voluntario italiano se había convertido en referencia para los otros extranjeros del centro.
Habia participado en todas las actividades excepto una. El lavado de los enfermos.
Era un evento muy esperado en todos los sectores del barrio. Un momento de felicidad extrema para los habitantes con capacidad motora muy reducida que sin auxilio no podían cuidar su higiene personal.
Qué alegria, ver tantos jóvenes de rasgos tan distintos y con sonrisas espontáneas y genuinas, dedicarse al lavado de cada paciente que pidiese ayuda. Pero Gian tenia dos miedos.
El primero tenía que ver con su capacidad de acompañar el paciente en silla de ruedas desde una hipotética cuarta o quinta planta, en una rampa a menudo resbalosa y concurrida, hasta la zona dedicada al lavado. El segundo miedo era falta de confianza en su delicadeza a la hora de manejar manejar cuerpos a veces muy delgados y llenos de heridas, levantándolos de la cama, sentándolos en la silla, desnudándolos, enjuagándolos, lavándolos, secándolos y luego vestirlos y acompañarlos otra vez hasta la camilla, dejando sus cuerpos intactos.
Fue así que Wunna se ofreció como paciente de prueba para su nuevo amigo, él que nunca necesitó un servicio parecido porque era completamente autosuficiente. ¿Pero cuántas personas prefieren llevar el poprio coche a un autolavaje para tenerlo limpio como si fuese nuevo en pocos minutos, en vez que lavarlo a mano tardando mucho más tiempo y tal vez con menos resultados?
El monje se presentó en la cuarta planta del sector hospitalario destinado al turno diario del lavado de los pacientes, listo para poner a la prueba Gian con las primeras dificultades. Lo esperaba tumbado en una camilla: se dejó ajustar encima de la silla de ruedas, perfectamente posicionado para bajar la resbalosa rampa, enfrentada con exito por la dupla, asi como las otras fases del lavado. El joven desnudó a Wunna, lo enjuagó, lo lavó, lo secó y volvió a vestirlo sin ningun tipo de verguenza o miedo, a ritmo de musica pop elegida por los otros voluntarios que , colocados en un circulo, se dedicaban al cuidado higiénico de muchos otros pacientes.
Aquel evento tuvo un signifcado impactante en Gian, que inmediatamente le permitió sentirse más seguro de sí mismo y le motivó a participar todos los días a aquella actividad, agregando a su típica energía la nueva sensibilidad por el cuerpo humano redescubierta en el centro. Algo había evolucionado en su inconsciente, en los siguientes años los momentos bajo presión, donde antes se bloqueaba rechazando enfrentarse a las pruebas, se habían convertido en algo mucho más simple de aceptar, permitiéndole a menudo ganar sus retos.
Con el comienzo de la temporada de las lluvias, que coincidía con la primavera europea, muchos voluntarios volvieron a sus países de origen. Así fue también para Gian, que pasó los últimos días en el centro envuelto de emociones contradictorias. Estaba agradecido, feliz, sereno.. pero a la vez triste y dolido por el final de su aventura.
La última noche había saludado y dado las gracias a todos sus compañeros durante la reunión general, y por la mañana había abrazado niños y familias que tanto habían compartido con él. Faltaba solo el adiós con Wunna, símbolo de un antes y después en la vida de Gian.
Eran casi las 12, y el conductor del mototaxi empezaba a perder su paciencia porque el chico llevaba media hora esperando para salir con destino al aeropuerto. Pero Gian seguía tomando tiempo, confiando en que Wunna hubiera regresado con la furgoneta de su misión diaria; sin embargo aquel día llevaban un retraso inusual.
El riesgo de perder el avión se estaba haciendo más real con cada minuto, asi que Gian, estoicamente, tuvo que subirse a la moto y dejar el barrio sin despedirse de Wunna.
Después de solo dos kilómetros el destino quiso cruzar las alegrías de los dos amigos una vez más. La furgoneta, como ya había ocurrido otras veces, tenía un problema en el motor, lo que causó el esperar durante mucho rato un mecánico que pudiese solucionar el problema y permitir al grupo su vuelta a casa. Estaban parados en el borde de la carretera, unos meditando, otros cantando, alguno durmiendo… lo de siempre.
Gian, a pesar de que el motorista conducía muy rapidamente, reconoció inmediatamente la furgoneta y, gritando en varios idiomas, dejó entender al desesperado conductor que parase un momento. Bajó de la moto y empezó a correr hacia Wunna, que le sonrió sorprendido, probablemente sin tener todavía claro que su querido italiano estaba dejando Mianmar.
Gian abrazó a Wunna y rompió a llorar, se quitó la pulsera de la suerte que llevaba en su muñeca derecha y la puso en la muñeca del monje, lo miró firmamente, luego le dio un último fuerte abrazo, apretándolo con toda su fuerza, dejando por unos segundos al monje sin respirar, luego le sussurró: «mingalaba», el saludo más típico del país, y con más valor espiritual.
Wunna, al darse cuenta de que le empezaron a salir lágrimas, comenzó a reírse y, dando un gran beso a la frente de Gian, dijo: «See ya soon ma friend» con aquella pronunciación tan cool que habia aprendido durante los años en el centro.
Mientras tanto un mecánico había llegado, y Gian, con la cara visiblemente emocionada y una sonrisa grande como el valor de aquel encuentro, caminaba hacia la moto, listo para ir al aeropuerto y dejar una parte de su alma en esa tierra que le cambió la vida.
Deja un comentario