Descalza por la plaza, un mantón traza
y, sin flecos ni tormentos consigo misma, lo enlaza.
Con destreza abanica al de Manila
y con sutileza —¡ay, con qué sutileza!— le reza.
Su moño se ajetrea y su pereza se despeina…
pues, sobre el decoro, sus palmas flanea.
Pero, cuando al corte se aferra,
un nudo la aterra.
Finge con firmeza tener destrenzada la vergüenza
y, aunque demasiado poco orgullo le fue dado,
se exhibe en la queda y no escapa por la vereda.
Toda una musa, la andaluza con su seda.
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