Pertenezco a esa generación nacida en los 90: aquellos que nos criamos entre dos mundos opuestos, que pasamos de jugar todo el día en la calle a que llegaran a nuestras casas los primeros ordenadores con Internet. No fuimos nativos digitales, sino más bien exploradores digitales. A ninguno nos resultan raros conceptos como Marketing Digital o Copywriting, pero también nos acordamos de cuando bailábamos la peonza o jugábamos al mate. Aún metidos de lleno en un mundo digital, seguimos sabiendo desconectar de vez en cuando y buscar ese refugio lejano de la infancia en nuestros pequeños placeres.
También fuimos una generación que (normalmente) no pasamos mucha penuria en casa (o al menos no lo veíamos), en esa «España va bien» de los 90 y los 2000; eso propició que pudiéramos ser la generación más preparada hasta entonces, con flamantes títulos universitarios, másteres y estudios de postgrado junto a varios idiomas y una miríada de cursos complementarios que nos daban un conocimiento insuficiente de muchas otras materias. La generación más preparada y al mismo tiempo con menos oportunidades.
Hasta hace unos pocos meses la cosa podría haber sido un poco distinta, pero tras los primeros momentos de estupefacción y nerviosa incertidumbre en todas las videollamadas con amigos de mi generación surgía el mismo tema: «nos vuelve a tocar».
La crisis de 2008 nos pilló a todos con 18 años recién cumplidos, muchos buscando trabajo que se destruía por momentos y otros tantos pensando en qué estudiar sin saber muy bien la que se nos venía encima. Yo mismo lo noté en el propio plan de estudios de mi carrera: los primeros años me formaron para ser realizador o productor de televisión, ya que en ese entonces hasta la localidad más pequeña tenía su propia televisión; en los siguientes años empezaron a aparecer asignaturas de autoempleo y proyectos independientes. Todo se quedó en un quiero y no puedo.
Durante ese periodo vi a amigos y compañeros trabajar precariamente en lo que fuera. Otros, algo más afortunados, empezaron a trabajar en algo ligeramente relacionado con su formación y a la gran mayoría recorrer toda Europa buscando el mismo trabajo que ofrecían aquí con una pequeña dosis de xenofobia. La mayoría con dos másteres e idiomas, pero con un currículum de trabajos a media jornada de cara al público y viviendo en casa de nuestros padres.
2018: diez años después, esa generación tan preparada se acerca a la treintena y comienza a dignificarse poco a poco y a levantar cabeza; todos los años de precaria existencia se compensaban con que algunos empezábamos a trabajar, terminábamos oposiciones, nos independizábamos y hacíamos planes más ambiciosos como mudarnos de ciudad, viajar, comprarnos un coche… en fin, saldar cuentas pendientes con nosotros mismos. El mismo abanico de posibilidades que teníamos delante a los 18 años se nos planteaba ahora con 12 años de retraso. Y justo en ese preciso instante se nos sobreviene otra crisis económica.
No nos queda otra que seguir en la brecha, esperando nuestra oportunidad, más viejos, pero, como siempre, más sabios y con unas cuantas lecciones aprendidas: que las épocas de vacas gordas esconden detrás una falsa calma, que la apacible certidumbre de nuestra infancia fue un privilegio que a veces no supimos apreciar y que estamos preparados para adaptarnos a cualquier situación que venga.
Deja un comentario