El otro día, antes del confinamiento y todo esto que nos viene pasando, fui a una entrevista, grupal, en la que se me hizo una pregunta que me hizo reflexionar: ¿dónde te ves en cinco o diez años? Sé que es una de esas típicas preguntas de entrevista, como cuáles son tus tres peores defectos o tus cinco logros más importantes, que atormentan a aquellos que, como yo, nos vemos sometidos a la rutina de la búsqueda de empleo. La verdad es que tuve suerte y ante esta pregunta inhóspita respondió primero el otro candidato, compartiendo la que temía que fuera mi impopular opinión: “no puedo saberlo”. Ante esto el entrevistador le instó en tono optimista a imaginar aquello que querría y aquello que esperaba. Así pues, me quedé pensando en cómo nuestra generación estaba marcada por la falta de certeza.
Preguntar a nuestra generación que dónde se ve en cinco o diez años es algo absurdo. Puedo contar con los dedos de una mano el número de personas que conozco que sabrían lo que les depara el futuro o, mejor, lo que quieren de él. Somos la generación de la incertidumbre. Los más preparados y los más desinformados. La generación que no sabe si se extinguirá en treinta años y que ve el fascismo resurgir. La generación de “el humor vale para todo” y los memes como forma de comunicación. La generación del “no vamos a encontrar trabajo estable”. La generación a la que le dicen que “con tesón y esfuerzo podrás realizar tu sueño”. La generación del “tienes todo el mundo para ti”. La generación del “si no tienes un futuro es porque no te esfuerzas lo suficiente”. ¡Dios te salve de no ser un nini! Que la productividad es tu medio de valorarte. Ten cuidado no quieras cambiar de trabajo, de estudio, de vida, de ciudad. Teme al cambio, quédate muy quieto, prospera, trabaja, estudia, aprende cuatro idiomas. “No estás haciendo lo suficiente”. Muévete, viaja, descubre, ten 40 amantes. Sé el mejor, el más eficiente, el más moderno, el más rico. Haz, haz, haz. Sé, sé, sé.
En estos tiempos en los que se nos valora por nuestra productividad y nuestra utilidad, en estos tiempos en los que los jóvenes estamos paradójicamente sobrepreparados e infradesarrollados, nunca nos sentimos completamente satisfechos y menos aún con la certeza de que el camino que hemos escogido será el nuestro. Quizás, ni siquiera sepamos cómo gestionar lo definitivo.
Ante esto, de repente, nos hallamos en un parón colectivo. Una pausa, un limbo, como quieras llamarlo, en el que se nos ha obligado a estar presentes. Aun así, andamos huyendo en busca de la productividad que marca nuestra vida: concierto a las ocho, clase de yoga a las nueve, dibujo a las nueve y media, etc. ¿En qué punto el entretenimiento y el desarrollo personal se han convertido en obligación? ¿En qué momento dejamos de vivir en el ahora? Estamos en continua escapatoria frente al vacío y la nada que representa el silencio y la inactividad en nuestra vida. Sin embargo, el vacío solo puede superarse si se experimenta y se vive: el silencio, el aburrimiento y la nada no carecen de sentido. Podemos ir a cualquier lugar y hacer cualquier cosa, pero no tenemos por qué hacerlo. Hacer todo a la vez es lo mismo que no hacer nada. Ser conscientes de cómo vivimos y experimentar lo que de verdad queremos hacer con voluntad es la única manera que tenemos de vivir realmente. Así que, por favor, para y aprovecha este parón para no sentirte culpable por tu productividad y disfruta del tiempo que tienes para apreciar lo que de verdad importa. Respira, no hagas nada, solo permanece. Como dice una amiga mía: «la revolución está en quedarse».