Introducción
Hace pocos días, se cumplió un mes desde que el Gobierno de Rusia dio la orden de invadir Ucrania. Esta guerra ha conseguido lo que no pudieron la crisis económica, el cambio climático, el coronavirus o las democracias eligiendo Gobiernos chiflados: acabar con la ilusión de que los habitantes de los países más ricos podemos aislarnos de lo que pase en el mundo en una burbuja de supermercados, Netflix y ese optimismo irracional de que todo va a seguir más o menos bien. Ya ha quedado claro que 2019 no va a volver, ¿no? Hasta la negación de la realidad tiene un límite. Y es que están ocurriendo cosas tan asombrosas como que, por fin, los Gobiernos de la Unión Europea están intentando ir a una (a ver qué tal sale).
Por supuesto, no toda la humanidad ha reaccionado igual. Para empezar, el simple hecho de que podamos reaccionar con preocupación, yo escribiendo esto y vosotros leyéndolo, es un privilegio. Pero, en los lugares donde padecen otras guerras, están ya bastante ocupados por su propio sufrimiento. En la misma Rusia no está permitido salirse de la opinión oficial imperialista y paranoica que ha dictado Vladimir Putin; ya sea por la censura oficial, la autoimpuesta por el miedo, o la censura no oficial que ejercen aquellos habitantes que creen a su Gobierno.
La guerra, llevada a debate
Además de la suerte de poder expresar nuestra preocupación, podemos debatir sobre ella; libertad de debate que mucha gente envidia y que era un objetivo de la sociedad ucraniana, aunque quizás el invasor la arrastre al extremo contrario. ¿Es realmente esta guerra peor que otras, o las sociedades democráticas que están lejos de Ucrania se están preocupando de manera hipócrita? Esta es una duda que ha surgido con fuerza en nuestros debates. Siendo un aficionado a la geopolítica y muy crítico con la manera en que funciona la humanidad, siento una gran curiosidad por este triste asunto. Lo habitual, cuando hablo de un conflicto bélico, es que mis allegados sepan poco o nada del tema. Sin embargo, todo el mundo tiene una opinión o sentimiento sobre la invasión que ha montado Putin.
Aceptando el hecho de que el sufrimiento humano es siempre una desgracia… ¿de verdad tiene esta guerra algo que nos debería preocupar a todos, sea cual sea nuestro continente, nuestro idioma o nuestra ideología? Analicemos las cuestiones en las que se escuda el público para ello. ¿Las razones que da la gente justifican que sea una guerra distinta, más preocupante?
Los valores de la opinión pública
Pensémoslo fríamente: ¿el sufrimiento humano es mayor en esta guerra que en otras, o simplemente la televisión ha decidido prestarle más atención? Es más, haciendo memoria, ¿por qué tantos españoles opinaron sobre la victoria de los talibanes y no sobre el genocidio rohinyá? La desconfianza que muchos sienten hacia los medios de comunicación contestaría que estos no son buenos criterios para dar importancia a la invasión de Ucrania. Dudo que la televisión ayude a comprender el mundo, como ya señaló un compañero de La Independiente.
¿Es por ocurrir en Europa, por compartir valores europeos? Entonces esto no es tan diferente de la guerra de Yugoslavia, lo más sangriento que ha vivido Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Nos tendríamos que haber preocupado cuando Rusia atacó Georgia en 2008 por alejarse de su órbita. De hecho, Rusia ya invadió territorio ucraniano en 2014: toda la península de Crimea. De hecho, esta se quedó casi sin agua potable bajo dominio ruso porque la península recibía su suministro desde ríos de Ucrania). Las Naciones Unidas dejaron claro que aquello era ilegal y, por ello, se hizo alguna pequeña sanción económica al Gobierno de Putin. Aun así, apenas pasó nada y el nacionalismo ruso siguió descendiendo en la espiral reaccionaria que, ahora, asusta tanto.
La opinión pública, mundial o europea debería, por tanto, haberse preocupado antes; Ucrania lleva bastante tiempo avisando del peligro que suponía Putin. Es más, hace menos de un año, este señor ayudó a los dictadores en Bielorrusia y Kazajistán a reprimir las protestas, con excusas parecidas a las que ha usado para invadir Ucrania al estilo de hace décadas. No parece que los valores europeos justifiquen más preocupación en este caso. ¿Por qué no hubo reacción por Georgia, Crimea, o los bielorrusos y kazajos que pedían poder cambiar de Gobierno?
Relaciones internacionales
Además, dos de los países que ahora están justificándose más por su papel en esta crisis humanitaria, Hungría y Polonia, han destacado durante años por oponerse a acoger inmigrantes y por alentar teorías de la conspiración llenas de xenofobia. Esto ha sido el principal obstáculo para que la Unión Europea cumpliera sus planes de acogida de refugiados de fuera del continente. Y, si me pongo a hablar de su discriminación a los colectivose LGBTI, necesitaría otro artículo (y para el caso ruso necesitaría varios). Que dos Gobiernos que hacían buenas migas con Putin en su agenda nacionalista y ultraconservadora estén ahora mostrándose como héroes con los refugiados hace que muchos sospechen que tampoco la solidaridad explica esta preocupación… Salvo que alguien reconozca que prefiere ayudar a unos seres humanos antes que a otros por su raza o su cultura. En ese caso, los valores europeos habrán fracasado miserablemente.
¿Empatía o egoísmo?
Ahora, me toca abarcar el asunto que muchos habrán pensado ya. En realidad, muchos de los que están tan preocupados por Ucrania lo hacen por empatía… pero consigo mismos. ¿Tanta gente mostraría atención al sufrimiento de la población ucraniana si no viera a gentes en principio semejantes a ellos? ¿Si no viera que, de repente, Putin parece capaz de todo? ¿Pensaríamos tanto en la guerra si nuestras tiendas y facturas siguieran igual? Es triste decirlo, pero la opinión pública reacciona con mucho más interés por un atentado en Europa que si ocurriera en Asia o África. Quizás podríamos añadir algún matiz, pero parece claro que hay una línea que hace que la muerte de inocentes sea más mediática y más conmovedora a un lado que a otro. Una línea que cruza el Mediterráneo o el río Bravo, por ejemplo.
Algunas cosas quedan claras
Así, en base a lo que acabo de exponer, sería fácil decir «bien, esta guerra no es diferente para la humanidad de lo que son las guerras en África o en Oriente Próximo». Y, sin embargo, por muy egoístas que estemos siendo en cierto modo y por muy mal que quede solidarizarnos tanto ahora y no haber hecho lo mismo con los sirios o afganos que nos pedían ayuda y asilo, tengo dos cosas muy claras. Una es que mejor tarde que nunca; que debemos intentar que esta situación nos haga mejor sociedad (por favor, no la caguemos como con la pandemia). Quizás en unas semanas me arrepienta de haber escrito esto por parecer un optimista alejado de la realidad. Creo, actualmente, que aún tenemos la esperanza de que esto nos lleve a mejorar; al menos, en el contexto de la Unión Europea.
La otra es que, pese a las razones que suelen esgrimirse para preocuparnos por la guerra en Ucrania, existen otras distintas a las que he analizado antes. Estas nos deberían preocupar más allá de nuestro egoísmo o de la ignorancia de lo que ha estado ocurriendo en Europa en este siglo. Al invadir Ucrania, el Gobierno de Putin ha cruzado varias líneas rojas con respecto a lo que se les ha permitido a las naciones tras la última Guerra Mundial. Incluso en los peores años de la Guerra Fría.
Conclusiones
No se trata del peligro de una nueva guerra mundial, ni del uso de armas nucleares —riesgo que, si bien está presente, de momento se considera muy poco factible—. Digan lo que digan nuestros vecinos, o los «opinólogos» profesionales de la televisión, el peligro es que una dictadura ha decidido cambiar tanto las fronteras como el Gobierno de una democracia vecina (por muy defectuosa que esta fuera) usando métodos que no quedaron sin castigo ni siquiera en los momentos más hipócritas y oscuros de la Guerra Fría. Esa dictadura está ignorando completamente a las Naciones Unidas y a cualquier normativa internacional.
Si tras esto queda la moraleja de que a Putin le ha salido bien la jugada, cualquier gobernante ambicioso y/o chiflado podría decidir hacer lo mismo y cambiar los mapas según le dictase su propio nacionalismo… y el siglo XX ya nos ha mostrado lo terrible que es cuando locos o desalmados deciden cambiar a capricho la forma o el tamaño de las naciones.
Este tema ocupará mi próximo artículo, en el que me esforzaré por resumir todos los antecedentes desde septiembre de 1945 hasta hoy. Haré algún análisis sobre quiénes intentaron hacer algo parecido a la guerra de Putin y cómo la humanidad reaccionó contra ello. Por supuesto, no será una historia bonita; que determinados tipos de comportamientos no estuvieran permitidos no impidió que hubiera otra larga lista de brutalidades que aún hoy se consienten. Lo saben las víctimas de los saudíes o los pueblos indígenas a lo largo del planeta.
Nos vemos en el próximo artículo, en el que analizaremos cómo se ha evitado el caos en el mundo (y el riesgo de otra guerra mundial) en estos 76 años y por qué peligra ahora más que nunca.
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