«Arrasando», la palabra con la que puedo describir la manera en la que las grandes ciudades y la realidad urbana nos ahogan. Y sí, me referiré a esa acción de una manera letal. ¿Cuántas horas pasaste en el tráfico hoy? ¿Las suficientes como para optar por caminar o usar transporte público?

Estamos acostumbrados a vivir siempre en una burbuja de cristal polarizada en donde no importa lo que cueste, lo que requiera o lo que conlleve; la burbuja nunca se debe romper, así involucre incluso el hecho de atropellar el bienestar de los demás. Por décadas, hemos sido testigos de la manera en que la vida urbana nos absorbe; somos víctimas del reloj y sus variantes, nos enriquecemos de los recursos ajenos y, ¡ojo!, no precisamente de los de tu vecino de la casa de al lado, sino de los recursos que el planeta nos ha ofrecido desde que llegamos al mundo.

Decidí adoptar el concepto de conspiración urbana como una manera de esperanza, más allá de un mero recurso literario. ¿Qué pasaría si se empezara a conspirar contra las grandes urbes, su contaminación a gran escala y el abuso de consumo energético? Lo hemos escuchado un sinfín de veces, pero ¿y si se tomara una verdadera respuesta?

Dejar de diseñar ciudades en donde el automóvil sea el principal usuario, plantar árboles —repito: plantar árboles— o dejar de pensar en hacer arquitectura sostenible cuando no hay nada por sostener; esto lo dijo el arquitecto mexicano Rojkind hace unos días en un pódcast (No hagas lo fácil, 2022): el planeta se debe recuperar, no sostener. Cuando existe el riesgo de quedarnos sin agua en unos años, ¿qué queda por sostener?

Ahora nos queda recuperar lo que por mucho tiempo ha sido explotado y destruido. Nos toca regenerar y componer. He ahí la verdadera conspiración; hay que dejar de proponer edificios ridículamente tecnológicos con cero aportes ecológicos cuando no habrá manera de operarlos en un futuro.

Afortunada o desafortunadamente, el arquitecto tiene una responsabilidad, ante la sociedad y el planeta, de ofrecer proyectos que faciliten e implementen alternativas para mejorar la situación ambiental y, en cierta medida, la social también. No, no tenemos la llave de la solución en las manos, pero tenemos uno de los primeros engranes para que esto funcione correctamente.

La conspiración urbana

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