“El sentido más común es el de los durmientes
y se manifiesta mediante el ronquido”
Walden, Henry David Thoreau
El autor de Walden, Henry David Thoreau (Massachusset 1817-1862), fue una persona polifacética. Compaginó sus actividades como agrimensor, naturalista, conferenciante, e incluso llegó a ser fabricante de lápices, con su actividad creativa. Esta abarcaba desde la poesía, la escritura ensayista hasta los escritos y concepciones filosóficas. Pero, ante todo, fue una persona con un marcado carácter y fiel a sus propios principios, como deja plasmado en su obra Una vida sin principios (1863). Estos le llevaron a convertirse en un disidente nato y en uno de los precursores de la desobediencia civil, sobre la que también escribió una obra, en el año 1849, titulada de la misma forma. Este carácter suyo, le llevó a colocarse en contra de las instituciones. Negándose así a pagar impuestos y situándose a favor de la abolición de la esclavitud, lo que le llevo a pasar por la cárcel.
“Una tarde, hacia finales del primer verano, en que fui al pueblo a buscar un zapato que tuve por remendar, fui prendido y encarcelado porque, como he relatado en otro lugar [«ensayo sobre la Desobediencia Civil»], no había pagado impuestos ni reconocido la autoridad de un Estado que compra y vende hombres, mujeres y niños a la puerta del Senado, como si de ganado se tratara. Yo había ido a los bosques con otros propósitos. Pero, donde quiera que uno vaya, los hombres le perseguirán y sacudirán con sus sucias instituciones, y si pueden, harán por inscribirle a la fuerza en sus desesperadas sociedades caritativas. […] Jamás fui molestado por persona alguna salvo por aquellas que representaban al Estado.”
Este ánimo de resistencia y de confrontación respecto a las convenciones reinantes, en las sociedades de su tiempo, es una característica típica del trascendentalismo. Un movimiento político, filosófico y literario que prosperó en Estados Unidos entre los años 1836 y 1860. En dicho movimiento se encuadraba Thoreau, señalando la necesidad de reflexionar y renovar la cultura religiosa y la sociedad de Nueva Inglaterra.
Esta idiosincrasia regeneradora y crítica con los valores que configuraban la sociedad contemporánea, que le tocó vivir al autor, atraviesa por completo su obra. Mostrándose de una manera más contundente, crítica y obvia la característica central del movimiento filosófico mencionado: la Self-culture (autocultura). Sobre todo en lo que podríamos considerar la primera parte del libro –hasta la mitad del capítulo “Las lagunas” (página 185)–. Es decir, en esta primera parte hace acto presencia una vida espiritual centrada en lo intelectual y moral. Donde la relación espiritual del hombre con la naturaleza hace posible su crecimiento espiritual y moral. Situando a la misma, la naturaleza, como un conjunto orgánico inseparable e interdependiente respecto a las personas. Que se ubican como un elemento biótico más dentro de ella. Que puede llegar a su propio autoconocimiento a través del estudio del mundo natural que lo rodea.
“Con todo, algunas veces experimenté que la sociedad más dulce y tierna, más inocente y alentadora puede hallarse en cualquier objeto natural, incluso para el pobre misántropo y más melancólico de los hombres. No puede ser muy negra la melancolía del hombre que vive en medio de la Naturaleza y en posesión aún de sus sentidos. Jamás hubo semejante tormenta, sino música de Eolo, para el oído inocente y sano. Nada puede imponer una tristeza vulgar al hombre sencillo y valeroso. Y mientras disfrute de la amistad de las estaciones, confío en que no hay nada que pueda hacer de la vida una carga para mí.”
De esta forma Walden, o La vida en los bosques, se convierte en sí misma en una ecocrítica de la sociedad estadounidense del siglo XIX. En ella, la naturaleza es el eje central de la misma. Y que además se presenta, no solo como espejo personal, sino, también, como espejo en el que buscar las soluciones para los males que según el propio Thoreau corrompen a la humanidad. Conjugándose esta visión, con una abundante presencia de la conciencia religiosa y filosófica, sobre todo las de origen oriental. Estas son usadas como contrapunto, ensalzando su simpleza y su sintonía con la naturaleza. Todo ello frente a la ostentación, avaricia y vileza que caracterizaba, a unas religiónes cristiana y protestante, que por aquel entonces se situaban como defensora de la esclavitud.
“No hay peor olor que el que despide la bondad corrompida. Es carroña humana y divina. Si yo supiera con toda seguridad que un hombre se dirige a mi casa con el resuelto propósito de hacerme bien, correría por mi vida igual que ante ese viento seco y abrasador de los desiertos africanos llamado el simún, que te llena la boca, ojos, nariz y oídos de arena y te ahoga, y eso tan sólo por miedo de que me hiciera algo de aquel bien, que ese virus penetrara en mi sangre. […] Nuestros modos y maneras se han corrompido de tanta comunicación con los santos. En nuestros salterios resuena una melodiosa maldición a Dios, siempre soportado. Diríase que hasta los profetas y redentores han traído consuelo al hombre en sus temores, más que confirmarlo en sus esperanzas. En lugar alguno aparece reflejada una sencilla e irreprimible satisfacción por el regalo de la vida o una memorable alabanza de Dios. […] Si fuéramos, pues, a recomponer la humanidad por medios verdaderamente indios, botánicos o naturales, seamos primero tan simples y armoniosos como la Naturaleza misma.”
Pero, más allá de esta crítica en sí y de la presencia totémica de la naturaleza, lo que realmente caracteriza a esta obra, considerada como uno de los ensayos más famosos escritos por un estadunidense, es que deja de ser un ensayo de no ficción para convertirse en un ensayo experimental en el que cuenta su “estancia temporal” y que escribe, a forma de diario.
“cuando vivía solo en los bosques, a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que yo mismo construí, a orillas de la laguna Walden, en Concord, Massachusetts, y me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos. Allí viví dos años y dos meses”.
Es decir, convierte su pensamiento crítico en hechos vividos. En una experiencia que él refleja en esta obra donde, en contraposición a lo normal, el “yo se conserva” y atraviesa todas las páginas del libro. En el cual el autor busca responder a las dudas, críticas y cuestiones que le plantean sus contemporáneos. Es así como, partiendo de cero, cuenta el primer año en la laguna. Desde cómo construye su casa, su forma de vivir en contacto con la naturaleza, hasta cómo busca la vida simple a través de ella. Es a partir de este ejemplo vital que basa su crítica a una humanidad “convertida en siervos de la tierra […] al trabajar desde una perspectiva errónea”. Ya que, como bien recrimina nada más comenzar el ensayo,
“solo veo a hombres jóvenes, que son mis conciudadanos, cuya principal desgracia es haber heredado granjas, casas, establos, ganado y demás aperos, porque es más sencillo proveerse de todo esto que despojarse de ello. […] Andan siempre al límite, tratando de entrar en negocios y salir de deudas”.
Ante esto, hace una alabanza de los desposeídos. Al huir estos de las cargas mencionadas y conformándose (más bien teniendo que conformarse forzosamente) con lo mínimo necesario para la vida. Comparando esta situación con las propiedades inherentes que caracterizan a la vida salvaje. Ya que, como menciona, “en la naturaleza ningún ser requiere más que alimento y refugio”.
Precisamente es esto lo que le lleva a empezar su propio experimento particular de vida en los bosques, en el que empieza tan solo con un hacha prestada. Para así fundamentar su crítica a la sociedad ostentativa y pensada hacia el exterior. Codificada por “los amantes del lujo y la disipación que establecen las modas que tan diligentemente sigue el rebaño”. Probando con su propio ejemplo práctico que una vida digna y simple no requiere de grandes cantidades de dinero para vivirse. Como así atestigua con una serie de gastos que aporta en varios capítulos del libro.
Esta crítica de la sociedad se abandona posteriormente, a partir de la mitad del capítulo de “Las lagunas”. Es en esta segunda parte donde empieza a cobrar protagonismo la naturaleza, sin ninguna concepción práctica. El autor simplemente se centra, de una forma extensa, en “el paisaje de Walden, que es de escala humilde y, aunque bello, carece de grandeza y deja indiferente a quien no lo frecuenta durante largo tiempo o vive en su orilla”.
Aunque lo que sí deja patente son sus profusos conocimientos de la vida natural y su capacidad de observación. Así como, la relación que Thoreau establece con ella, llegando a hacer cálculos para medir la profundidad de la laguna. Mostrándose como un ser vivo más de su biocenosis. Mostrándonos su modo de vida y costumbres: paseos, baños matutinos, lecturas, métodos de escritura, etc. Describiendo tanto sus visitas como su relación con los animales y demás personas de la ciudad y del bosque. Presumiendo también de sus excentricidades, como su manía de entrar e irse sin avisar de casa ajenas. Y haciendo gala de su capacidad de autoconocimiento y de reírse de sí mismo. Un ejemplo de las relaciones especiales que llega a mantener con la naturaleza y sus componentes queda plasmado en la relación que mantiene con un campo de judías que
“Lo mantenía unido a la tierra y así adquiría fuerza. […] Por la mañana temprano trabajaba descalzo, chapoteando cual artista plástico en la arena crujiente y bañada de rocío; pero, avanzado el día, el sol quemaba mis pies. […] El quitar las malas hierbas y amontonar tierra fresca en torno a los tallos de mis judías, al tiempo que estimulaba mis plantas y hacía que aquella tierra reseca expresara sus pensamientos estivales con hojas y flores de judías más que con ajenjo, grama y mijeras, y que «dijera» alubias en lugar de hierbas, esa era mi labor diaria. Como era poca la ayuda que tenía de caballos o bueyes, peones o muchachos, o de aperos modernos, iba mucho más despacio, de modo que llegué a conocer mis judías mucho más de lo corriente. Pero la labor manual, incluso cuando se realiza hasta el límite del agotamiento, no es nunca, quizá, la peor forma de la pereza. Encierra una moral imperecedera y constante y proporciona al estudioso un ejemplo clásico”.
Otro de los pasatiempos que describe extensamente es su relación con un somorgujo (Colymbus glacialis), que emigrara hasta la laguna, como cada otoño. Y con el que se entretuvo un día con “un juego que no dejaba de ser interesante; sobre la lisa palestra acuática, hombre y somorgujo frente a frente. De pronto desaparecía del tablero la pieza del adversario, y el problema estribaba en llevar la propia tan cerca de donde fuere a reaparecer aquella”.
O contando la vez que entre su leña tuvo la oportunidad de presenciar “el único combate que le fue posible observar”, entre dos especies de hormigas “los republicanos rojos, de una parte, y los imperialistas negros, de la otra. Por doquier se les veía enzarzados en una mortal refriega, pero sin ruido que yo pudiera percibir. Jamás hubo soldados humanos que combatieran con semejante resolución. Observé a dos, firmemente trabadas, en un pequeño vallecillo soleado que se abría entre las astillas, en pleno mediodía, y prestas a seguir así hasta la puesta del sol o del ocaso de su vida.[…] ”. Aunque también deja claro, en una parte más adelante del libro, su poca afinidad por los soldados, a los cuales despoja de todo valor, otorgándoselo a los bandoleros.
Cabe decir que esta última parte se hace algo más densa. Debido a la cantidad de detalles que otorga al describir su entorno, especies, actividades, personajes y visitantes que visitaban su casa, incluso cuando él no estaba ya que quedaba siempre abierta “era más respetada que si la hubiera rodeado una fila de soldados”.
Una crítica común que se le hace es que, se puede decir que peca de un individualismo exacerbado. Centrándose tan solo en las posibilidades que un cambio de conducta personal puede influenciar y promover cambios en la sociedad. Sin hacer hincapié en cómo también la sociedad modifica y condiciona al individuo. Ya que si él pudo permitirse esta aventura es también debido a su condición social, ya que disponía de un nivel de vida que le permitió iniciar esta vivencia sin más preocupaciones.
A pesar de esto la obra en su época fue revolucionaria. Además, contestaría y sería una de las precursoras de lo que después se daría a conocer como Una ética de la tierra, de Aldo Leopold. Aquí se resume en: Una cosa es buena cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es mala cuando tiende a lo contrario.
Es precisamente por esa búsqueda de la simpleza y de la mimetización con el planeta, por lo que esta obra sigue dando en los morros en nuestras sociedades actuales. Ya que estas siguen empeñadas, a pesar de todo el marketing ecofriendly o Greenwashing, en perseguir la idea de un progreso y un desarrollo tecnológico indefinido, que supera con creces los límites del planeta y que nos ha traído ante la presente sindemia; “sin mirar más a menudo por encima de la borda de nuestro navío, como pasajeros curiosos, y no hacer el viaje como estúpidos marineros encargados de fabricar estopa, […] cuando sería una caza más noble pegarse uno mismo un tiro en la cabeza”.
Negándonos así a ver que “el universo es más amplio que nuestras ideas acerca del mismo” y sin querer renunciar a nuestros excesos y comodidades. A pesar de que estas nos llevan directos cara el iceberg. Cuando delante de nuestras narices tenemos los síntomas de un colapso inminente, lo importante es que la orquesta no deje de tocar. ¡Naufragaremos bailando!
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