Una de las medidas estrella que tomaron para que viajar en tren fuera seguro fue la de incorporar personal de limpieza a los trenes. O, por lo menos, así ocurre en los de larga distancia. En donde la persona encargada de este servicio tiene que pasarse (como ocurre entre Vigo y Madrid) todo el trayecto deambulando por los vagones. Localizando así los asientos que se fueran quedando vacíos, para luego limpiarlos con un trapo y un poco de desinfectante y… ¡Sorpresa! El próximo usuario podrá viajar tranquilo. El riesgo de contagiarse es mínimo. ¡El tren es seguro!
Esta es la teoría, claro. Porque en la práctica, tan solo hay que desarrollar un poco la idea para darse cuenta de sus limitaciones y de la torpeza de su planteamiento. Ya no estamos hablando de la eficacia que pueda tener la propia técnica empleada, en cuanto a desinfección y eliminación del virus se trate. Tampoco estamos hablando de que el personal destinado a tal fin, tan solo una persona, sea insuficiente para ocuparse de mantener limpio un tren entero de, como mínimo, cuatro o cinco vagones. Sino que hablamos de las propias exigencias y las necesidades intrínsecas para mantener los horarios y las duraciones de los trayectos –sin causar ninguna desgracia más–.
Y es que todo esto conlleva a que en algunas de las paradas, en las que los flujos de pasajeros son menores, el tren tan solo se detenga un escaso par de minutos. Luego, la trabajadora, o el trabajador, de limpieza deberá limpiar el número de asientos que correspondan antes de que se instalen en ellos nuevas personas.
Pero la situación aún se hace más insostenible en las paradas donde más pasajeros se intercambian. Puesto que deberán limpiar un número más elevado de asientos –fácilmente más de 20–, en tan solo los escasos diez minutos que la gente tarda en bajarse y subirse al tren. Agregando, además, la dificultad de moverse en medio de todo ese trasiego de gentes y maletas.
A todas esas complicaciones le tenemos que añadir que, en la mayoría de las ocasiones, los vagones van a máxima capacidad. Convirtiendo la tarea de la limpieza en un juego de malabares. Sobre todo en los inicios y finales de semana. E imposibilitando, si es que tuvieran la intención, la opción de aumentar los efectivos de limpieza. Ya que esto solo contribuiría a aumentar los atascos, el hacinamiento a bordo, y no tanto la efectividad de la desinfección.
Por lo que, al final, esta medida parece más un servicio de limpieza de imagen, que una medida eficaz, y que realmente sirva para algo. Una puesta en escena que complementa, visualmente, la inversión realizada en el marketing con el que nos recuerdan lo mucho que se esfuerzan en crear un espacio seguro, y donde se supone que aplican, estrictamente, todas las medidas sanitarias posibles. Cuando, en realidad, aprovechan la situación para reducir personal y para quitar (aún) más servicios, tanto dentro como fuera de los trenes; reduciendo también el número de trenes disponibles y sus frecuencias horarias.
Justo lo contrario de lo que se debería hacer. Porque si no se pensara solo en lo económico, lo lógico sería, precisamente, lo opuesto: reducir las plazas por trenes, para poder mantener así las distancias de seguridad sanitarias entre pasajeros y, por lo tanto, aumentar también las frecuencias horarias y el número de trenes disponibles para que sus usuarios no vean mermada la accesibilidad, y los servicios prestados por este transporte “público”.
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