El verano es época de disfrute, de vacaciones, de amigos y de familia, pero para muchos puede ser de las temporadas más estresantes. Entre ellos, los estudiantes recién salidos de selectividad, esperando a las temidas y a la vez deseadas adjudicaciones, a espera de conocer qué les deparará el futuro. Por un momento, sus vidas se suspenden y giran alrededor de una notificación de matrícula para la carrera que quieren cursar.
El pasado 4 de agosto salió la segunda adjudicación para ingresar en la universidad. Acto seguido entré en Twitter. Al abrir la red social me encontré apabullada por la cantidad de tuits sobre el ingreso a la universidad, y recordé enseguida cómo me sentí yo acerca de este tema hace varios años. El miedo, la intriga y el no saber reinaban por encima de cualquier atisbo de satisfacción por haber entrado en el grado escogido. Los tuits se enmarcaban desde el «¿alguien ha entrado en el doble Grado de Vergüenza Familiar y Fracaso Estudiantil?» hasta los «ánimos» de algunas universidades para aquellos que continúan en lista de espera, que más que deseos de buena suerte parecían la nueva agenda de Mr. Wonderful repitiendo continuamente que con esperanza todo llega y que seas siempre tú mismo.
La sociedad actual nos empuja a superar nuestras metas, a veces inalcanzables, que debemos cumplir en tiempo y hora ignorando toda la gama de colores existente entre el blanco y el negro. Decisiones que tomar a las 12 en punto, ni un minuto más, ni uno menos.
La elección de tu futuro trabajo, que, como un tatuaje, parece de por vida. Tú y tus gustos frente a un listado de cientos de carreras, en cientos de ciudades y universidades. Todo esto sin contar, claro, con la presión de algunos padres o familiares, que opinan, con libre albedrío, sobre cómo se te daría ser médico, abogado o profesor, pero que claramente no se imaginan ni por un segundo que carreras como Ingeniería Aeronáutica, Bioquímica o Animación 3D tengan muchas más salidas.
Una vez ya decidida la carrera a estudiar entras en un proceso de selección por nota que parece durar siglos y que suele dejar fuera, en una interminable lista de espera, a muchos.
No hay una fórmula secreta para abandonar los pensamientos negativos en esta transición, pero lo que sí que puedo asegurar es que el mundo no se acaba por no entrar en el primer año, ni en el segundo. A veces, el reloj necesita parar su mecanismo y descansar del estrés y la presión. Cerrar puertas y abrir ventanas; en eso consiste. Tomar decisiones equivocadas, fallar, suspender y volver a intentarlo, o cambiar el camino para volver al principio. Da igual tu edad; tu tiempo es ahora y será también dentro de un año, de dos o incluso de cinco. Mientras estemos vivos habrá tiempo de experimentar, de estudiar cosas que no nos gustan y otras que sí, de hacer de nuestros hobbies una profesión o de hacer de nuestra formación un oficio.
El verano es tiempo de cambio y de decisiones, unas más fáciles y otras más difíciles, pero sobre todo es tiempo de fantasear con todo lo que podemos hacer y todo lo que nos queda por sentir.
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