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Lóbrego - La Independiente Revista

Esta mañana viajo por universos oscuros y lentos, por el transcurrir de la lluvia que no deja hacer nada, en un trance lejano a lo plástico y lógico de esta rutina. Lóbrego es el tiempo, y aburrido. Guerra y paz. Como Robe, mandaría a todos a tomar por culo.

No tengo a nadie a quien declararle la guerra, salvo a mí mismo, y ni para eso tengo ganas. La guerra es la máxima expresión de las sociedades competitivas que se han dado a lo largo de la historia. Casi todas son absurdas, se explican por conflictos de intereses económicos, ya sea por competencia directa de bienes, o por intereses más ambiciosos, imperialistas o globalizadores. ¿Saben que ya el Imperio Romano hacía propaganda sobre sus propias conquistas, vendiéndole a la plebe la imagen de que estaban pacificando regiones llenas de barbarie e incultura, y regalándoles la civilización y el derecho romano?

Los impulsos bélicos no son naturales. En casi todas las guerras del siglo XX se fallaron más del 90 % de las balas. Los expertos solo pueden explicar este porcentaje con la causa más obvia: los soldados fallaban la mayoría de los tiros a propósito. Después de todo, nadie de los allí presentes quería tener ese cargo de conciencia. Aun así, muere mucha gente en una guerra, pero lo que te preguntas con esa estadística es: ¿cuánta gente habría muerto si el ser humano no fuera bueno por naturaleza?

Y sus contrarios, los impulsos pacíficos, la paz pura y casi cristiana, tampoco son del todo naturales. La paz conlleva la total evasión de conflictos, conlleva no tratar ni enfrentar el problema que esté dañando a cualquier comunidad. La paz conlleva mansedumbre. Nos llevan sometiendo a sus reglas injustas desde hace miles de años; y a nosotras, tras miles de derrotas y de sangre, nos consuelan y nos amansan con la paz. Un tranquilo rebaño para el total control de los poderosos. Pero es su paz, con sus reglas, sus censuras y su represión.

Entonces nos levantamos en armas, y la liamos parda. Y más que declarar la guerra, damos guerra un rato. A veces, incluso la liamos muy parda, como en la Segunda República, o en la Revolución Francesa, o a menor escala, el 15M o la Primavera Árabe. Luego Hitler prueba bombarderos en España, o Napoleón se proclama emperador, o Estados Unidos tira una bomba atómica; o Stalin aniquila y manipula al pueblo ruso porque claro, era suyo; y al final, te obligan a pasar por el aro y claro, es que ya hay vías políticas democráticas, funda otra mierda de partido político y cambia el mundo.

Esta desesperanza descalabra mi tiempo, que va aproximándome al futuro como si fuera una cuerda. Una cuerda cosida con horas y horas de servidumbre temporal. La frustración me obliga a observar más allá. ¿Qué hay entre la guerra y la paz? El poder. ¿Es la democracia actual suficiente garantía de poder? No, quizá en Atenas. ¿Lo logrará la lucha social? Ojalá, pero no de forma bélica. ¿De forma cultural? Ahí es donde nos ha ido mejor, después de todo. ¿Cuál es el siguiente paso? Y tú quién te has creído, Ché Guevara.

Más allá, el planeta es una pequeña mancha azul maravillosa, y el universo y el tiempo consienten, quién sabe si por ignorancia, allí la existencia de vida. En cuanto al ser humano, en términos generales, somos una especie de parásito a la vez colonizador y consumidor, repugnante y brillante. Parece acecharnos una pregunta abrumadora en el horizonte: ¿qué pasará? Extinguirnos o cambiar. No veo otra opción. 

Mi tiempo, que te me escapas ya en horas, ya en semanas, ya en meses. Peleo contra ti, pero nadie le ha ganado la guerra al tiempo. El tiempo es un tirano invulnerable. Es lo único que tenemos. Juez inmortal, que antes o después pone las cosas en su sitio, aunque sea a través de la cultura. Usa tu tiempo, escritor, y escribe como puedas un futuro mejor.


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