…
Aunque los humanos no puedan saberlo, todo el cosmos que conocen es como una cara de la Luna o de una moneda; en la otra, habitan los sempiternos, prístinos y atemporales dioses.
Una de estas deidades varió su percepción y, tras el cansancio de guerrear y exterminar a varios de sus semejantes divinos, dirigió su atención a nuestro mundo.
Los humanos siempre la entretenían: aunque las diosas solían considerar en su mayoría que los humanos eran antiestéticos por su rapidez de cambio y su capacidad de destrucción, para esta deidad eran morbosamente interesantes; al fin y al cabo, otras preferían observar estrellas y planetas horriblemente monótonos. En general, sin embargo, observar seres vivos menos inteligentes se consideraba como lo más interesante.
Pero los humanos eran tan complejos… llegaban en cierto momento a igualar casi a los dioses, aunque nunca llegaban a encontrarse, y, sin embargo, destruían como ellos, ¡y a veces en su nombre!
Se perdió en la observación de pueblos y culturas, idiomas, religiones e ideologías destruyendo a otras y siendo destruidas…
…
Finalmente, paró el retumbar de los proyectiles. Dejaron de surgir nuevas nubes de humo y el viento empezó a apagar los fuegos. Los soldados entraron en la ciudad e inspeccionaron los edificios, uno a uno, en busca de algún superviviente. Cuando los encontraban, les disparaban: si su ejército les abandonó, no iban a protegerles sus enemigos.
El general Corimbehd esperó unos minutos para entrar, pues aún podía haber algún superviviente que estuviese escondido y quisiese acabar con él. Luego, se dirigió a la ciudad. ¿Había algún rastro de resistencia? No. ¿Conservaban vivo a algún prisionero? Sí, a un hijo del alcalde. Corimbehd hizo que lo llevasen hacia él.
Pudo ver el más intenso odio en los ojos del muchacho, al que habían desnudado. Por detrás de él, brotaba un chorro de sangre ya pastosa que llegaba al suelo. Al general no le hizo mucha gracia aquello, pero ¿cómo iba a evitar las violaciones en cada asedio?
…
El otro día me encontré con Arimta cuando iba a comprar, lo cual me dejó fatal. Doblé la calle de Impūrdsa y la encontré paseando con una amiga. Hum, es curioso: en todas las ocasiones en las que he estado enamorado fantaseaba con encontrarme con la persona querida, mas solamente con Arimta ha ocurrido esto algunas veces —lo que podría considerarse como algo fantástico si no fuese por el desánimo posterior—. La verdad es que, visto así, parezco un drogadicto.
Es peculiar la lógica de mi comportamiento cuando la veo: actué como si me encontrara con una amiga cualquiera (sigo con la esperanza de que no conozca mis sentimientos), por lo que la saludé y hablé con ella sobre mis planes de ese día, especificando solamente que iría al recital. Mientras me temblaban las piernas casi como para caer, dije las típicas tonterías vacías de sentido para rellenar conversaciones y, luego, marché…
Deja un comentario