Para avisarte

Me levanté la otra noche para ir al servicio… Es decir, a mear, para qué vamos a andarnos con convencionalismos. Bueno, no fue solo por eso, también fue debido a la cantidad de picante que le eché a la cena (tras tantos años viviendo sola aún no sé prepararme una comida en condiciones). Al encender la luz me miré en el espejo antes de orinar. Vi mis ojos medio cerrados por el sueño, las arrugas de mi frente, mi pelo desaliñado, y mi barbilla (que tan disgustada me tiene, aunque intente convencerme a mí misma de lo contrario); me senté sobre el váter. En fin, estaba harta de la vida.

Y cuando me disponía a salir del cuarto de baño, y pulsar el interruptor de la luz, de repente alguien apareció ante mí y me hizo retroceder hasta darme en las piernas un buen golpe con el inodoro. Imaginadlo: vives sola y de golpe en mitad de la noche aparece alguien a tu lado a la madrugada. Si no chillé antes de tropezarme fue porque no era capaz de emitir sonido alguno por mi atemorizada garganta. Cuando miré, vi a una chica en todo idéntica a mí (incluso con el mismo pijama que llevaba puesto en ese preciso momento) sujetando en una mano dos objetos que yo conocía bien: una flauta hecha con hueso de lobo que perteneció a mis antepasados, y una extraña estatua de madera extranjera que me regaló un antiguo novio, que representaba una oveja.

Conseguí insuflar un poco de vida en mis cuerdas vocales para decir:

–¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi casa de madrugada?

–Soy tú misma.

En aquel momento pensé en serio que tenía que estar soñando; sin embargo ya hace tiempo que dejé de creerlo, aunque aún deseo que esta enloquecedora historia no sea real.

–¿Cómo vas a ser yo si yo no soy tú? Eh… bueno, ¿comprendes lo que quiero decir, no?

–Vengo del futuro.

Me senté otra vez en el váter, pero esta vez cerré la tapa antes. El picante de la cena parecía de golpe un problema menor.

–¿Seguro que no estoy soñando?

Como podéis observar, estaba muy apegada a esa idea. Creo que le pasaría a cualquiera.

–Te aseguro que no. Como te he dicho, vengo del futuro.

–¿Entonces luego yo seré tú viajando a este momento para hablarme?

Ella, es decir, yo, se puso la mano en la barbilla con un gesto típico mío, mientras con la otra mano sujetaba la pequeña estatua.

–Supongo que no, porque he venido para cambiar la historia, así que esta debería ser otra línea temporal.

–Ah, claro, como en “Cutrumela“, me gustaba mucho esa peli…

–Se llamaba Cutrumeta.

 –¿Y qué es lo que has conseguido cambiar?

–Te ibas a tropezar en el pasillo y se iba a caer la flauta de hueso que tienes ahí colgada.

–¡Oh, no! ¡Es un recuerdo de mi abuela!

–Pues para eso he venido, ahora la flauta está a salvo.

–Eh, pues bueno, gracias. ¿Y cómo has conseguido llegar hasta aquí? O más bien «hasta ahora»?

–Es algo bastante curioso: descubrí que agarrando esta estatua de madera que me regaló mi ex…

–Lo sé, tenemos el mismo ex.

–¡Cierto! Pues he descubierto que al agarrarla se puede viajar en el tiempo. Al lamentar mucho lo de la flauta de hueso me trajo aquí y ahora para arreglarlo. Y supongo que lo que tenía que hacer esa avisarte.

Si notáis algo que no encaja aquí no os preocupéis, a mí me pasó igual. Pero ya volveré a ello más adelante. Lo cierto es que escribí una nota para ver si seguía ahí al día siguiente. Y al amanecer todo parecía haber ocurrido: seguía la nota contando mi alucinante experiencia, y seguía tocada por el picante. Además, la flauta seguía intacta, por lo que mi visita a través del tiempo parecía haber cumplido su objetivo. 

Eso sí, por más que lo intenté no logré viajar con la estatua, esa fea figura de madera de una oveja. Pensé, tanto en momentos de mi vida que quisiera arreglar como en momentos del pasado lejano (el Año sin Verano, por ejemplo), y jamás tuvo efecto alguno. El único viaje en el tiempo que viví era el constante movimiento, segundo a segundo, de las agujas del reloj. Pero aquella no sería mi última visita extraña…

Sin embargo, un tiempo después, dando lo de la estatua como misterio impenetrable, con mis vagabundeos por internet, tuve la extraña suerte de descubrir que no sé qué rebuscada cultura del sur, seguramente ya perdida por el esfuerzo «civilizador» de pueblos más poderosos, asociaba las ovejas con el dios del tiempo, por el ciclo de trasquilar, crecer la lana, etcétera. Sospecho que aquellos indígenas no tenían ovejas antes de que los colonizaran, pero se entiende que adoptaron sus creencias a su nueva vida. Al parecer las estatuas dedicadas a esa divinidad tenían la cualidad de hacer viajar en el tiempo a quien tuviera una gran necesidad estando cerca de ellas. Esto tenía sentido, pues aquella flauta sí tenía mucho valor para mí. Razoné entonces que si no funcionaba la estatua mucho mejor, pues no tenía necesidad…

–Irín nos ha invitado a su fiesta esa noche, la siguiente a la cena, ¿tú irás?

–La verdad es que no tengo gana alguna de ir, dado que la última vez que fui el suelo acabó barnizado de vómito de la gente, y yo como era de las pocas que seguían sobrias tuve que fregar e ir apartando gente del suelo. De hecho, te recuerdo, por si lo has olvidado, la discusión que tuve con Irín, por lo que incluso me extraña que me invite.

–Pero tía, Irín ha cambiado, y además me ha dicho que quiere aprovechar para pedirte disculpas, piensa que él se siente muy mal porque ya nunca vas a las quedadas cuando va él y…

 Lo que siguió después fue un largo discurso donde se me daba la paliza para que aceptara de nuevo a Irín como amigo, a pesar de que ya estaba enfadada con él antes de esa horrible fiesta porque se dedicó a insultarme a mis espaldas por darle calabazas… Y en fin, más de lo mismo. A mí me dan la brasa para que haga las paces por tal o cual persona, ¡pero ay como les diga yo que hagan las paces con algún amigo con el que se hayan peleado! Utilizan la misma labia para insistirme en que eso no puede ser… salvo que ese amigo sea como ellos, entonces cualquier día en una borrachera, hacen las paces. Pero bueno a pesar de todo, el caso es que acepté ir a la fiesta. Sin embargo, cuando estaba vistiéndome me encontré de nuevo conmigo misma.

–¿Otra vez tú… quiero decir, yo?

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