Poema
Cuando los dioses quisieron, en su justicia,
castigar la maldad de los hombres,
en ese momento de hartazgo y decepción,
no mandaron la sequedad,
no mandaron tormentas de nieve,
no mandaron la enfermedad,
no mandaron guerras.
Mandaron a la mosca,
que chupa las lágrimas de los ojos,
las heridas de las piernas.
La mosca, y su guerrero armado, el mosquito,
traen el castigo a la pérfida raza humana,
pero le dieron el mayor y mejor ejemplo
contra la maldad del enemigo.
Puedes matar al oso y al lobo,
y cortar la mala hierba,
pescar al tiburón,
cazar a la hiena.
Pero ¿quién puede soportar
un incordio eterno,
que siempre vuelve y nunca se extermina?
De seguro, cuando los dioses crearon este último mundo,
no tuvieron que hacer más moscas vivas,
pues quedaban vivas del mundo anterior.
Ahora que la constelación correcta perla el cielo,
antes de que aparezca,
cuando arde el cielo,
hacemos arder el suelo.
Pues los dioses volverán,
y cuando lo hagan todo será metal fundido.
El hierro se irá, matando todo lo que no mató antes.
¡Recordemos el santo fuego!
Y, mientras esperamos el momento
en que el fuego mate a los injustos,
solo podemos hacer como la mosca
y dar incordio, inútil pero eterno.
Sobre los córicos
El pueblo córico fue el más terrible invasor que se abalanzó sobre el Imperio aldábrico antes de su caída. Desde el interior del continente de Çönllisaɫ, asaltaron con tal ardor los dominios de Aldábrica en un momento de debilidad que la nación imperial estuvo a punto de perder todos sus territorios septentrionales.
Sin embargo, los asaltantes bárbaros acabaron agotados tras años de guerra para mantener las tierras que habían conseguido, y descubrieron con horror que sus víctimas no se quedaban sin soldados. Por su parte, los aldábricos habían comprendido que, por mucho que necesitaran mantener su frontera norte, nunca podrían mantener su control férreo del norte.
Así, se llegó al llamado Péntrucol, o «Pacto del Miedo». En él, los córicos admitían su derrota y su sumisión ante el imperio; el otro bando, a cambio, se comprometía a respetar su autonomía, su nobleza y su propias leyes. Cor entregó toda su caballería y comenzó a entregar impuestos y soldados a sus conquistadores, aquellos a quienes los norteños pensaron invadir poco antes.
Los córicos nunca perdieron su identidad y su deseo de volver a ser libres, y año tras año mantuvieron su inquina contra el Imperio aldábrico. Cada pocas décadas, tenían lugar incidentes violentos y conatos de rebelión, poco a poco sofocados. El poema que habéis podido leer, traducido de su lengua original, es un cántico que los sacerdotes repetían en cierta fecha de otoño en conmemoración de una de esas rebeliones.
Sobre el/la autor/a
A M.E.F.P. le encanta escribir. Su sueño es ser un/a gran novelista y, mientras se intenta convencer de que podrá conseguirlo, se entrena y pasa buenos ratos leyendo y escribiendo en La Independiente.
Si quieres leer más cosas suyas, tanto poemas como relatos, reseñas o artículos, solo tienes que pinchar en el enlace: https://laindependienterevista.com/author/migueefp/
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