Atravesar. A través de mis deseos, mis sueños, mi cuerpo. Atravesar y ser atravesada. Traspasar los umbrales, en los que todo es posible. Los umbrales están aquí y ahora. Nos rodean. No son sitios fantásticos que dan miedo o a los que se aspira a llegar. O sí. Pero también están aquí y ahora, fuera y dentro de nosotras.
Nosotras somos umbral. Todo lo que se deja atravesar es umbral. El paso dura solo un momento, pero el viaje no termina cuando pasas ese límite entre dos mundos, continúa mucho más allá y te cambia para siempre. Continúa en los deseos, en los sueños, en los cuerpos, cambia nuestra forma de ver el mundo. Al ser atravesado, nuestro umbral cambia y transforma lo que hay y lo que pasa al otro lado, en el interior. Y puede helar o quemar todo lo que había fuera. Pero nunca lo deja intacto. Si después de traspasar el umbral, sales intacto, es que no lo has cruzado, lo has soñado. Te está llamando e invitando a ir pero aún no has aceptado la llamada. Pero tarde o temprano tendrás que aceptarla para no volverte loca.
El deseo habla de umbrales, de propuestas, de un juego, el juego en que estamos todos, viviendo juntos. Chocando los unos con los otros, atravesándonos con dolor y con placer. Haciéndonos arder.
Estar con alguien puede ser un espejo o una puerta. Espejo si solo tú atraviesas; puerta si pasáis los dos. Me miro en ti o nos miramos en la otra, en lo otro y salimos diferentes ambos, mezclados y nuevos. Más llenos o vacíos de lo que ya no somos. Como Alicia, empiezas un viaje que te devolverá tu imagen esculpida, cambiada, puede que deformada. Una imagen que puedes tener que reconstruir como si el espejo se hubiera roto en mil fragmentos. Como Sherezade, que convierte el miedo en historias, que recompone los mil y un fragmentos para sobrevivir, tú tendrás que terminar tu viaje.