Un pequeño invierno se ha instalado en mi corazón. Fuera hace frío. Llueve. Algo me dice que, sin embargo, se está mejor. El invierno que tengo dentro no se entibia con nada: ruge, llora, pide, exige algún tipo de ritual, algún sacrificio que no entiendo. Ahora solo hiela y congela todo lo que toca.
Es un pequeño invierno lleno de mariposas muertas. ¿Lo puedes ver? ¡Cuántas veces no vemos aquello que causamos! Aún me acuerdo de la primavera pero ya no la echo de menos. Hubo momentos en que sí pero ahora algo me dice que solo son vagos recuerdos, jirones de nubes que parecen traer sol pero que acaban por taparlo. Todo está en mi mirada y en los oídos que no escuchan.
Espero que por lo menos nieve. Mientras, los demás parecen seguir con sus vidas al otro lado del cristal. Solo yo sé que es mentira. Mentira. Un juego de espejos a disposición de las ilusiones. Unas vidas de movimientos ciegos al servicio de no se sabe qué o quién. No tenemos las llaves para traspasar ese umbral, pueden entrar las emociones, la luz, el invierno pero nos está vedado salir, más allá de unas sombras incoloras que no se tocan entre sí. Ni a ti.
El pequeño invierno se ha instalado en mí. Y en los ojos tengo estalactitas y nubes en el corazón y alarmas en el pecho. Solo me queda esperar al verano mientras sigo tendiendo las mantas que ya no ofrecen cobijo. Nos vienen a buscar las lluvias. El agua me busca porque sabe que la entiendo mejor que al sol. No recuerdo la última vez que tuve la piel seca y pude abrazar. Seguía siendo un yermo pero algo, una brisa, hacía que las horas pasaran, muy tranquilas, sin dolor. ¿Se puede olvidar el primer invierno?
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