Mis dedos están fríos. Normalmente soy un horno humano, pero en esta época del año siento cómo la sangre que llevo dentro apenas llega a la primera falange y debo abrirlos y cerrarlos rápidamente. Seguidamente, tengo que exhalar en las manos algo del calor que mi cuerpo guarda, con la intención de escribir estas palabras.
He escrito muchas veces al invierno, y significa muchas cosas para mí por los procesos que involucra: mi nacimiento, preparar la tierra para la siembra o coger naranjas, pero también refugiarme del frío en el hogar y mirar hacia dentro. Quizás por eso sea más fácil dibujar lo que ocurre al otro lado de la ventana.
Se me hacen pequeñas las palabras para algo tan complejo y dinámico como la identidad. Con ese vacío argumental y semántico, comenzamos juzgándonos desde la raíz.
Soy retoño de mis progenitores, fruto en la tierra, mota de polvo en el cosmos, vibración mensurable en frecuencia y longitud de onda. Soy un cacho de carne más que piensa, hace cosas con sus pulgares oponibles y mira a las estrellas. Entre otras infinitas configuraciones.
Quiero vivir honestamente, trabajar la tierra que habite y dejarla algo mejor que como estaba al llegar. Deseo evitar el juicio del ego, condena del hombre y fuego que Prometeo robó a los dioses, para yo comprender y ser cronista y escultor de este telar que es la vida. Quiero cuidar y ser cuidado, amar y ser amado. Quiero movimiento: ritmo y armonía.
Palabras, palabras, palabras, palabras…
No es tan sencillo. Es un sistema de ecuaciones diferenciales usando lenguaje hexadecimal. Es una posibilidad cuántica, nuestra relativización de la posición del puto electrón y el gato de los cojones. Y toda esta shiet se escapa a mi comprensión y a la de cualquier otra vida tridimensional. Y, entonces, me siento solo en esta habitación. Siento un dolor en el pecho que proviene de la pena y la impotencia de sentir a alguien morir dentro de ti.
Un día de estos, hará un año que murió Don Qaronte al echar raíces lejos de su rocín. Desde entonces y hasta ahora, la blanca nieve que es muerte puebla estas tierras. Antes de morir congelados, hagamos una pausa para vino, nicotina liada y un blues de Mercé.
…
Cambiemos de tercio. Esta introspección verbal y escrita es una minúscula porción de lo que mi ser encierra. ¿Cómo interactúo con el exterior, con todo lo que fuera de mí queda?
Pues soy el primer corsario o pirata que rema en esta embarcación. Nuestra tripulación crece y los horizontes se amplían allende la mar. Vamos a hacer un experimento. Preguntemos a la tripulación cómo me percibe.
«Eres un ejemplo a seguir. Eres bueno por decisión y trabajo en lugar de por naturaleza». «Te encierras en ti mismo y, aunque aparentas ser honesto, te guardas para ti tu propia luz».
Retomo estas últimas líneas varios días después. Y, aunque recibo palabras agradables y agradecidas, no me las quiero acabar de creer. Solo puedo considerar honesta a la persona que mira a través de mis ojos, al fondo de la oscuridad.
Hace poco me caí de un segundo piso y en parte siento que no debería estar aquí, que no me lo merezco. Cuando sentí mi cuerpo a merced de la gravedad, me asusté como un niño y cerré los ojos. Después del golpe, me levanté inmediatamente y, hasta no estar en equilibrio, no volví a abrirlos. Prácticamente ileso, volví a casa cojeando, apoyado en el hombro de mi compi.
La vida me da otra oportunidad. Dentro de un sueño, Morfeo me susurra que no puedo abandonar, porque mi deuda no está saldada. Que siga trabajando y ya hablaremos de treguas.
Que así sea.
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