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Queda prohibido renegar de la culpa

Autora: Ingrid Erre Que Erre
Correctora: Gracia Vega

El otro día fallé. Era domingo por la tarde y para ser honestos apenas llegué a cagarla. Fue más bien un estúpido desliz del que no supe salir; y, de pronto, la bola de nieve se hizo avalancha.

La fuerza de mi tropiezo me pilló ya de noche, a medio camino del sueño. Su golpe fue como una descarga a quemarropa en el pecho. Transmutado el pensamiento en chimpancé gigante, mi cama es un ring; una debacle de piel, pelo y colmillos y la esperanza vana de ganar antes del alba.

Y ya es lunes por la mañana. No he dormido nada. Mi caja torácica es un fuelle oxidado que chirría ante el maltrato constante de un ataque de pánico. Mi cráneo, la jaula improvisada de un pájaro carpintero que, cuando confío en que dormita, me arranca del narcótico rumrum de una novela como quien rompe el agua en hondas, a base de lanzar planetas. 

Me pensé victoriosa por un segundo el lunes al mediodía y empezó a llover napalm en mis venas. Ordené la retirada de cada sentimiento civil indefenso. Sin embargo, a los márgenes de mi cuerpo esperaban fosos de desprecio y se me marchitó el tesón de frente a su artillería. Fui Grozni en el 99, arrasada derruida. 

Me sentí entonces rendición por un segundo. Hasta que la inercia de mis neuronas-péndulo me devolvió a la ira: tensa como una cuerda de la que tiran, a medio camino entre kamikaze y víctima.  

Nos miramos por un instante, sabiendo que no habrá tratado plan de contingencia, que no salvaremos ninguna criatura; abrazamos la mutua destrucción asegurada.

Era lunes por la tarde cuando declaró el estado de «Guerra Total», apagó el móvil, inhabilitándole cualquier evacuación, llegada de suministros o aliados. Y esperando a su inevitable rendición, me invade el miedo, porque he apagado el móvil. Inhabilitándome cualquier evacuación, llegada de suministros o aliados. 

Y somos solo él y yo. Y ya no estoy segura de si mi ejército ha declarado el sitio o si este ha sido sitiado. Si soy cazador herido o animal acorralado. Si acaso somos lo mismo y puedo acabar este asalto con un knockout directo al hipocampo. Directo a la memoria a largo plazo, porque este no es nuestro primer pecado. «Porque la primera regla del club de la culpa es que es TUYA, TUYA, TUYA, y nunca deberías olvidarlo».

Y ya es lunes por la noche, llevo 24 horas danzando entre el sabor agrio de la bilis y el de la sangre, metálico. Al borde de la rendición recuerdo que queda prohibido renegar de la culpa. Me veo entonces vergüenza por un segundo, cobarde condenado al delito del fuego amigo. 

Me deshago entonces no ya como animal acorralado ni como hombre herido, sino como preso liberado y recuerdo que queda prohibido renegar de la culpa. Pero la culpa tiene cuerpo de pan y sangre de vino y yo estoy hecha de leche de humana y de fe en que hicimos lo que pudimos.

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