Destronad el término y fagocitad el significado.
Ingrid Erre Que Erre
Pum-pum, pum-pum.
Empieza con un palpitar constante y lejano. Acomodado entre las vigas y el aislamiento de la escena, el principio de locura transitoria se filtra como las humedades.
Luego nos contarán que eso pasó antes, mucho antes del instante en el que el narrador ocupa su puesto y recita: «Érase una vez, en una lejana tierra, un reino que caminaba en las sombras pues sobre ellos pesaba una maldición asoladora».
Pum-pum, pum-pum.
Empieza con un nombre que pasa de idea a rumor, de rumor a certeza, de certeza a grito. Mudo. Fínjase muerto el que no corra, que ha llegado Mr. Miedo. Habremos de taparnos con costuras de pestañas y rescatar de entre mortajas las alhajas bendecidas, abran las ventanas entre la superchería.
Érase una vez una ciudad productora de desalientos e importadora de desgracias, condenada en su papel a ser víctima indefensa, simulacro perenne para entrenamiento de otros héroes que vinieran a salvarla.
Pum-pum, pum-pum.
Empieza como una obra minimalista. Chiquilla conoce a villana. Villana llama a dragón. Dragón se suicida en espada de príncipe y chiquilla es moneda de cambio que paga su suerte cocinando perdices.
Érase una vez, unos pocos centímetros cuadrados en el planeta que, cansados de dar las gracias, deciden cambiar estatuas por murallas, «y allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra que yo tengo aquí por mío», y maldito el honor ajeno que ante el dolor propio es baldío.
Pum-pum, pum-pum.
Empieza con un fuego que lo arrasa todo, los suspiros se escapan de sus lenguas en llamas y en el medio olvidada se desmaya una flor.
Érase una vez, en un escenario cualquiera, un teatro que muta en diálogo. Villana reclama a chiquilla su corona de antagonista, «¡Madre!» —grita Villana— «olvida la necia que el que inicia batallas cavando trincheras no ha de soltar la pala hasta cavar también la tumba a su diestra».
Pum-pum, pum-pum.
Empieza con una cara, ni desvalida, ni mala, ni buena, ni necesitada. Empieza con una cara contextualizada.
Érase una vez, por debajo de la piel, un reino que palpitaba contaste y contenido. Acomodado entre los pies fregados y el arroz que no responde al calendario, el principio de una historia se filtra como el agua de los acuíferos.
Pum-pum, pum-pum
Empieza como una broma frente al espejo, que pasa de idea a rumor, de rumor a certeza, de certeza a grito, «¡BUENOS DÍAS PRINCIPESSA! He soñado toda la noche conmigo».
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