Ayer, los dientes del mundo eran blanquísimos. Aún no existía el agujero ni la burbuja. Nos escondíamos en el hueco del tobogán del parque, muy juntos, como el hierro y el imán. Éramos dos músicos, pianista y violinista, que componían sonatas para ahogar serpientes y empujar halcones. Éramos dos ratones que vencían al gato negro una y otra vez, paso a paso, beso a beso.
Hoy somos dos muertos que luchan por seguir vivos, fregando los dientes del mundo con nuestras piernas nostálgicas, tratando de alcanzar el horizonte que antaño alcanzamos, buscando el sol que no vemos. Ahora somos instrumentos desafinados. El gato ha descubierto nuestro secreto.
Y mañana no seremos dos, sino uno y uno. Mañana no habrá metáforas en nuestros besos. Pero si vuelve el recuerdo y el gato se despista, si volvemos a vivir en dos bocas que se persiguen, si volvemos a querernos, siempre nos quedará, amor, el hueco de debajo del tobogán del parque.
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