Pareciera que el mundo paró, pero no por un segundo. Ya va un año del detenimiento de las órbitas en la vida de cada persona en quien dejaste huella, semillas y hazañas. El mundo no paró, aunque lo pareciera. La vida siguió. No podía creer cómo la vida tuvo el gran descaro de continuar en su cotidianidad. El sol y la luna aún se atreven a salir. Hoy recibimos cada día la luz de las estrellas recordando y recordándote. Que muchas canciones se quedaron sin bailar con la madrugada de testigo. Que muchas copas de vino y de whisky se quedaron sin tomar. Hoy bailamos y bebemos, pero nuestro testigo eres tú. Desde donde sea que estés, nuestro testigo eres tú. Te sentimos, te recordamos y alimentamos las memorias que marcaron nuestras vidas gracias a tu presencia.
Ahora llego a mi casa y estás tú. Mi casa la decoran los recuerdos plasmados en pinturas que cuelgan sobre mis paredes. Dicen que las cosas materiales no importan y, a veces, en realidad difiero un poco. Hay objetos materiales que me abrazan, me escuchan y me transportan a momentos que jamás quisiera olvidar. Tus cuadros me llevan a tu casa, me teletransportan a un recorrido artístico, a copas de vino y a ojitos brillosos hablando, con tanto conocimiento, de artistas y momentos vividos para obtener tan maravillosas, bonitas y tenues piezas de arte.
«Es solo una casa», decíamos para convencernos de que la arquitectura solo es arquitectura y que las memorias alimentadas son todo lo que necesitamos para hacerte perdurar en nuestras vidas, espacios y cuerpos.
Me gusta pensar que lees este escrito. Me gusta pensar que estás cerca. Me gusta pensar que puedes vernos. Me gusta pensar que alimentaremos las memorias lo suficiente para que nunca te vayas.
Gracias por enseñarnos a vivir.