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«El marketing es una puta mierda» o «¡No leas esto! ¡No cliquees aquí!» – Clickbaits que es mejor no abrir

Autor: Adán Nada
Correctora: Laura De Buen Visús

El lenguaje del marketing ha invadido por completo nuestra realidad. Encendemos la tele: anuncios, noticias, programas de salseo (o de corazón para los boomers). Paseamos por la ciudad: carteles, escaparates o la increíble oferta del menú del día. Encendemos nuestros móviles (una media de cinco o más veces por cada cinco o menos minutos): todas las redes sociales, titulares de las noticias e incluso notificaciones de correos, mensajes y otras aplicaciones nos intentan vender algún producto, servicio, idea o ideología. Una necesidad, real o no. Necesidad que descartamos por aburrimiento, necesidad que compramos con dinero (ejem, ejem, tiempo), o con el tiempo que invertimos pensando o difundiendo una idea(logía). Una necesidad contra la que nos oponemos fervientemente con nuestro tiempo o nuestra energía. Y a lo mejor incluso te estaban vendiendo la necesidad de indignarte o de asustarte y la compraste oponiéndote a lo que supuestamente te vendían. Psicología inversa.

Marketing y psicología

La afirmación «el marketing es una puta mierda» y la «psicología inversa» están muy relacionadas. La psicología estudia la mente y a la humanidad con el objetivo de conocerla. Si la ética estuviera en su sitio, también sería con el objetivo de ayudarla. Pero como la ética está del revés, como el mapa de Galeano, pues la psicología está inversa.

El libro Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman, explica cómo funcionan los dos sistemas de pensamiento humanos: uno intuitivo y emocional y el otro más lento, deliberativo y lógico. A la vez, explica con claridad cuándo funciona uno y cuándo otro. Este libro no se llevó el Premio Nobel de psicología por ayudarnos a entender y a ser conscientes de las virtudes y los peligros de cada uno de estos sistemas, y por cómo evitar tomar decisiones de mierda. Este libro se llevó el Premio Nobel de Economía porque revolucionó el marketing, ayudando a entender a los marketeros (trabajando para muchos heteros, blancos y con mucho dinero). Perdón, que se me enrolla el párrafo con sabiduría popular. Ayudando a entender a los marketeros cómo poder hacernos inconscientes y hacernos tomar decisiones de mierda.

marketing Adán Nada

El narrador está aburrido. Aburrido de su propio texto. No tiene nada que contar. Pero tiene un objetivo: conseguir más visitas, likes y seguidores. Debe encontrar palabras que alegren la tarde al SEO, como las que están en el título recordándote que es mejor que ¡no leas esto! y que ¡no cliquees aquí!, porque el marketing es una puta mierda y este es otro de los clickbaits que es mejor no abrir. Hay puertas que una vez abiertas no se pueden volver a cerrar. Pantallas con imágenes que nunca podrás olvidar. Este es un artículo not safe for work. Esto no es un artículo.

Relaciones sociales en las redes sociales

Apaga la pantalla y pone el teléfono en la mesita. Se queda con la mirada perdida en el cielo de cemento de su cuarto por unos cinco minutos antes de levantarse y ponerse las zapatillas de cama. Coge el móvil, lo enciende y lo apaga mientras mira con el ceño fruncido. Se lo pone en el bolsillo y abre la puerta. Antes de salir, lo vuelve a encender, lo vuelve a apagar, lo deja en la mesita. Sale, baja a la cocina y se bebe un vaso de agua. Mira por la ventana hacia el pequeño jardín trasero. Está nublado, pero el césped luce brillante con la lluvia de la noche. Se acaba el vaso de agua y vuelve a su habitación.

Coge el móvil y lo enciende. Una mueca de sonrisa oscurece su cara. Aprieta en la notificación, introduce el código que desbloquea el móvil y, por fin, lo ve: ha respondido. Sí. Ha respondido. A su foto erótica en topless en la cama mirando directamente a la cámara, él ha respondido con una «magnífica y gloriosa» fotopolla.

«Dios bendiga el marketing»; salvado por un anuncio

—Tía, qué puto asco. ¿En serio te envió una fotopolla?

—Sí tía. Es como: «¿pero qué coño?». Sin pedírsela ni na, sin venir a cuento. ¿Qué quiere que le diga? ¿Le envío «muy bonita» o qué?

Un nuevo mensaje desplaza la fotopolla hacia arriba y ambas pueden leer: «No seas tímida, que me tienes en ascuas. Sé lo que te gusta comer y, como soy un buen tipo, no quiero que pases hambre, guapa». Lo cierra apretando la pantalla con enfado y, sin querer, clica en la notificación de un nuevo artículo.

«La ONU reiteró que los conflictos, las condiciones climáticas extremas, la crisis económica, la deuda pública excesiva, los efectos de la covid-19 y el impacto del conflicto en Ucrania empujan a millones de personas a la pobreza y el hambre».

—En fin —apaga el móvil y mira a su amiga mientras deja el móvil encima de la mesa.

—Pues, tía… en verdad me da un poco de vergüenza, pero… —su amiga juega con el móvil apagado en sus manos, dándole la vuelta, quitándole y poniéndole la funda, mirándolo en lugar de mirarla.

—¿El qué? ¿Qué pasa?

—Mira —pone el móvil frente a su cara y enciende la pantalla— Mira lo que me envió hoy el chico del sábado pasado —enfrente de su cara aparece en alta resolución una «magnífica y gloriosa» fotopolla.

Le quita el teléfono a su amiga y lo tira al suelo. La pantalla se rompe en mil y un pedazos. Uno de ellos rebota con violencia hacia su ojo.

Cargando…

De pronto,
todo es una pantalla en blanco.
Te desplazas por ella:
«zoomeas», escroleas y cliqueas,
pero nada pasa.
Alguien te da un pincel;
tú preguntas por Internet.
El tiempo pasa
en esta pantalla en blanco,
y escuchas voces
que te dicen cómo pintarla.
Tantas capas y colores,
tantas contradicciones…
Todo se vuelve gris.
Ya no quieres pintar nada más.
Solo puedes repetirlo:
gris, gris, gris.
Aunque pondrías azul,
pero gris.
Pero sentiste rojo.
Sí, rojo gris.
Y, cuando el sol amarillea,
el día empieza gris.
Así hasta que fue negro,
y nunca más la pantalla
volvió a vivir.

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