Al terminar de escribir el artículo anterior sobre el potaje religioso en el que estamos inmersos en Occidente, me di cuenta de que tenía que recortar algunas ideas para que su lectura no fuera demasiado larga. Uno de esos descartes tenía que ver con la ambigua y controvertida relación entre la ciencia y la espiritualidad. Y de eso va este artículo.
Seamos realistas: en una sociedad llena de estímulos constantes, las posibilidades de que abras y leas el enlace anterior son más bien escasas. Así que, como soy consciente de ello, he aquí un breve resumen: la religión no está desapareciendo de nuestras sociedades. Se encuentra en un proceso de desinstitucionalización e individualización de las creencias religiosas en el que son los propios individuos los que confeccionan su propio sistema de creencias. Hablando en plata: cada persona se cocina su potaje religioso recurriendo a una lista de ingredientes comunes que combina al gusto del consumidor.
Antes de lanzarme, me parece importante insistir una vez más. Lo que aquí se plantea no es una crítica ni a la ciencia ni a las nuevas corrientes misticoespirituales. Simplemente describo un marco de análisis con el que poder observar la realidad que nos rodea y que cada cual juzgue lo que estime oportuno.
La crisis del paradigma moderno
Pero vayamos a lo que nos atañe. Para comprender el vínculo entre ciencia y espiritualidad, resulta necesario contextualizar el momento en que nos encontramos. La idea de progreso, encumbrada por la modernidad y canalizada a través de la ciencia, cada vez se encuentra más en entredicho. Entiéndase esa idea de progreso como una visión lineal del tiempo en la que siempre se evoluciona, se avanza y se mira hacia delante. Es decir, como si, de alguna manera, cada estadio o fase de la historia de la humanidad hubiese sido mejor que la anterior.
Sin embargo, la pandemia, las constantes guerras, el cambio climático, los desastres nucleares o el propio agujero de la capa de ozono ponen de manifiesto que vivimos, como diría Beck, en una «sociedad del riesgo». Es decir, habitamos un mundo que vive por encima de sus límites de asegurabilidad. Dicho de otro modo, no existe manera de asegurar los riesgos que implica una hipotética catástrofe nuclear. No solo porque sus consecuencias traspasarían cualquier frontera nacional; también porque estas perdurarían hasta mucho después de que las generaciones que vivieron el momento del desastre hubieran desaparecido.
En cualquier caso, en estas sociedades del riesgo, la ciencia, intrínsecamente ligada a la idea de progreso, está en el punto de mira. Ya no solo parece incapaz de dar respuestas, sino que parece incluso generar más problemas de los que resuelve. La creación de nuevas armas de uso militar, la construcción de nuevas centrales nucleares o su incapacidad para reconvertir nuestro modelo energético en un sistema sostenible son algunos ejemplos.
El problema está precisamente ahí, en la pérdida de confianza en la ciencia como herramienta para alcanzar un futuro mejor. Uno que, por cierto, dejó hace tiempo de ser un sitio idílico al que queramos llegar o al que miremos con optimismo.
El realismo de lo sobrenatural
Una vez explicada la crisis que la ciencia atraviesa, existe otro punto que merece nuestra atención para atar los dos cabos: «el realismo de lo sobrenatural». Resulta que, según la socióloga francesa Hervieu-Léger, mientras que las instituciones religiosas tradicionales no tuvieron más remedio que adaptar sus relatos al universo cultural de la racionalidad moderna para no quedarse desfasadas, las corrientes misticoespirituales actuales están recorriendo un camino algo distinto.
En el primer caso, los fundamentos primordiales que sustentan las principales instituciones religiosas tradicionales en Occidente pasaron a ser concebidos y explicados mediante el uso de imágenes o analogías, evitando pronunciarse sobre la literalidad de los propios textos sagrados. De hecho, la propia idea del llamado diseño inteligente del cristianismo no es más que una manera de adaptar el creacionismo a las evidencias científicas que sostienen la teoría de la evolución.
Sin embargo, en el seno de las corrientes ligadas a esta nueva espiritualidad se aprecia un movimiento de ida y vuelta. En lugar del uso de metáforas y de simbolismos para adaptar las ideas sobrenaturales al marco racionalista moderno, se reivindica la existencia de una realidad a la que solo podemos acceder a través de la propia experiencia y que trasciende la ciencia.
En este sentido, en una sociedad, como diría Ehrenberg, tan preocupada por el resultado y la performance, el sentir en las propias carnes algo es lo que lo convierte en real. Y para muestra un botón. He tecleado «retiros espirituales» en Google. En el primer resultado me aparece el siguiente reclamo: «Retiros para sentir más con otras personas, despertar tu energía y conectarte con el corazón». No solo el uso de la palabra «sentir» hace alusión a esa necesidad de vivenciar la experiencia. Además, «despertar tu energía» y «conectarte con el corazón» poco tienen que ver con metáforas que busquen adaptar al marco racional estas experiencias. De hecho, pretenden precisamente lo contrario: trascender esos límites científicorracionales.
Las ambivalencias entre ciencia y espiritualidad
Bien, cerremos ahora todo esto. Tenemos, por un lado, una crisis del paradigma moderno que afecta a la ciencia y a la idea de progreso. Por otro, un «realismo de lo sobrenatural» de las corrientes misticoespirituales que ponen el foco en la experiencia per se. Pero ¿cómo se conjugan las dos cosas?
Lo cierto es que la respuesta no es sencilla. Aun así, grosso modo, se podría decir que existen numerosas ambivalencias e incluso contradicciones entre la ciencia moderna y el espiritualismo. De nuevo, y volviendo por enésima vez a la socióloga francesa Hervieu-Léger, encontramos que, por un lado, estas corrientes misticoespirituales plantean ir más allá de los límites de la ciencia. Esto último se aprecia especialmente cuando se trata de ciertas aplicaciones médicas cuyos procedimientos son, cuanto menos, algo cuestionables. Véase la hipermedicalización de las personas mayores o de los niños con TDAH.
Sin embargo, y de manera paradójica, estas mismas corrientes buscan validar, muchas veces de manera científica, sus propias experiencias espirituales. En el fondo, la idea que subyace es la voluntad de que exista una convergencia entre ambas, de modo que se alcance «la confirmación espiritual de los descubrimientos científicos y la acreditación científica de las experiencias espirituales» (Hervieu-Léger, 2001, p. 106).
Una vez más, he rebuscado un poco en Google y he encontrado el siguiente ejemplo en un página de retiros de yoga. Cito textualmente: «la ciencia y el yoga no son universos tan distantes como nos dicen, sino que se funden en uno para formar un todo mucho más completo que cambiará tu manera de experimentar la “realidad”». Creo que, teniendo en cuenta todo lo que hemos ido describiendo, la frase se comenta literalmente sola.
Conclusiones
En definitiva, las relaciones entre ciencia y espiritualidad pueden parecer confusas y contradictorias en algunos momentos. Con todo, y visto lo anterior, resaltan dos elementos claves. Primero, que la ciencia y el paradigma moderno están en crisis y que existe un evidente auge de las corrientes misticoespirituales, las cuales se centran en la experiencia y la cultura de la inmediatez. Segundo, que las estrategias desplegadas por este nuevo espiritualismo distan mucho de las que llevaron a cabo las instituciones religiosas tradicionales cuando adaptaron sus relatos. En lugar de moldearse al marco racional mediante el uso de metáforas, se expresan en términos de literalidad aludiendo a una sinergia entre los conocimientos espirituales y los científicos.

Bibliografía
Beck, U. (2002). La sociedad del riesgo global. Siglo XXI: Madrid.
Ehrenberg, A. (1996). Le culte de la performance. Hachette-Pluriel : Paris.
Hervieux-Léger, D. (2001). La religion en miettes ou la question des sectes. Calmann-Lévy: Paris.