Querida prima:
Perdona que haya tardado tanto tiempo en escribirte un correo. O, más bien, que hayamos tardado; ya sabes que tus hermanos están muy ocupados con sus movidas en este viaje y el que está «de relleno», por decirlo así, soy yo. Así que, ahora que hemos llegado por fin a un sitio con internet, te escribo de nuevo. En cuanto he tenido un hueco, me he dado cuenta de que han pasado varias semanas desde la última postal que te mandamos.
No ha cambiado mucho la situación: estábamos deseosos de visitar Dhiraz desde que las cosas se normalizaron. Y, desde luego, parece que la idea de decapitar a los que mantenían en pie la dictadura religiosa de aquí, por más que me parezca una idea salvaje, ha sentado muy bien. Los extranjeros somos bien recibidos en todas partes sin que haya policía vigilándonos. Además, las mujeres pueden salir a la calle sin tener que taparse el pelo. Homosexuales, trans y creyentes de otras religiones desfilan en las ciudades con sus símbolos y banderas entre aplausos que proceden de la misma gente normal de la calle que antes les hubiera apedreado.
Por supuesto, ahora que estamos en regiones montañosas y rurales, la cosa es un poco distinta. Por lo que me cuentan, aquí no están tan receptivos con las ideas del mundo moderno. Pero al menos, y afortunadamente, dejan que nuestra manada de arqueólogos y lingüistas hagan su trabajo.
Como realmente no hay nada nuevo que contar, se me ha ocurrido hacer de antropólogo aficionado y transmitirte una historia en total primicia: la traducción que tu hermana ha hecho de unos grabados en los precipicios de Përia, en la parte más olvidada de la comarca. ¿Recuerdas aquellas fotos que te mandé de un hombre con muy mala cara rodeado de dos osos? El caso es que aparece mucho labrado en las antiguas rocas de las montañas. Pensábamos que debía de tratarse de un dios, demonio o ángel (la definición es confusa, incluso con sus propios nombres) cuya función no parecía bonita. Bueno, pues ese nuevo texto en el que trabaja tu hermana cuenta su origen, y es algo más inesperado (y, para mi gusto, más interesante).
Lo que viene a continuación es un relato que ha pasado siglos olvidado en roca hasta ahora. ¡No se te ocurra pasárselo a nadie hasta que tus hermanos lo publiquen! Je, je.

Resumiré la barahúnda de nombres de hace milenios que tu hermana me contó para ponerme en contexto: la nación de Mitanni estaba al borde de la guerra civil. Los ambiciosos tihhanos, como no habían conseguido conquistarla, querían poner de heredero al trono a Bʁau, que sería su aliado. Pero no contaban con los úʁpilțos, un pueblo que llevaba años bajo el poder de Mitanni y que no solo no había perdido su cultura, sino que quería su independencia.
Sí, lo sé, estoy poniendo algunas letras que ni sabrás cómo se pronuncian, pero tu hermana me lo decía tal cual estaba escrito en la antigua lengua. Cuando pedí ayuda a tu hermano, que es aún más bromista, me dio con cachondeo un archivo con la explicación de cómo se escribe. Así que disfruta esas letras vueltas del revés y con comas raras, porque habrá más, copiadas y pegadas de un texto en un pen (y te lo digo en serio, pronúncialas como quieras).
En fin, sigo con la historia: los úʁpilțos, como quiera que se pronuncie, deseaban que el siguiente rey de Mitanni estuviera de su parte. Así que apoyaron a otro candidato al trono, un tal Das, el cual mató a Bʁau y prometió la independencia a Úʁpilț. Eso no sentó muy bien al rey tihhano, Sīlo, porque empezó a darse cuenta de que la nueva nación que estaba creándose podía convertirse en un nuevo problema: mucha población con demasiado amor por la sangre. Pero no pudo hacer mucho: al final, Úʁpilț apareció como un reino independiente. Tal como temía el rey tihhano, este reino acabaría siendo su peor rival y, además, destruiría Mitanni, su antigua dominadora. Como puedes ver, a tu hermana le apasiona la política antigua, y el contexto de esta historia lo he escrito bajo su dictado. La verdadera leyenda reside, pues, en la independencia de Úʁpilț.
Esto ocurrió en un pueblo al pie de las montañas, donde había mucha caza. Al parecer fue cerca de una ciudad llamada Beshțídeʁ, pero nadie sabe de momento a cuál población actual corresponde ese nombre tan infumable (suponiendo que no quedara en ruinas y tapada por siglos de sedimentos).
En aquella remota época, esas regiones tenían leopardos, leones, osos y otros animales que la gente exterminó siglos más tarde, o cazándolos o dejándolos sin lugar para vivir. Aunque ahora solo quedan jabalíes y chacales, sigue pareciendo una región inhóspita, así que en aquel entonces tuvo que ser una verdadera jungla, y aún sería peor con las nieves del invierno.
Vivía allí, en un pueblo, un cazador cuyo hermano se había ido a Shafä (bajo el poder tihhano) para comerciar con minerales. Aquello había sido antes de la independencia de Úʁpilț. Cuando volvió, bastante rico, su nación ya era independiente. Pero los úʁpilțos eran famosos por su crueldad, y los vecinos del pueblo tacharon injustamente al comerciante de traidor para poder quedarse sus riquezas.
—¡Eso que decís es una calumnia! Mi hermano no ha ayudado ni al reino tihhano ni a Mitanni, simplemente se ha hecho rico comerciando y por eso ha vuelto al pueblo.
—¡Cállate, cazador, y vuelve con tus fieras del monte! Si la mayoría del pueblo dice que es un traidor, lo es y punto.
El cazador sintió miedo al ver a todo el pueblo contra él, pero no pensaba callarse ante la amenaza de muerte contra su amado hermano (anotación medio en broma medio en serio: toma nota por si tus hermanos —o tu querido primo, que te escribe estas líneas— acaban en peligro; no me fío de que este país acabe con otra dictadura mientras sigamos aquí).
—¿Desde cuándo la mayoría tiene razón porque sí? ¡La razón la tienen los sabios reyes que han de gobernar al pueblo, no la plebe inculta!
—Pues tú también eres parte de la plebe, así que cállate, estúpido filosofete. Nuestro rey está muy ocupado luchando contra el malvado rey de Mitanni, con lo cual no puede ocuparse de estas cosas.
—¿Malvada Mitanni? ¿Por defenderse de nuestros ataques? ¡Cuando éramos parte de su reino, defendíais al rey de Mitanni!
—¡Cállate de una vez! Tu hermano será condenado a morir por traidor, y sus riquezas serán repartidas entre todo el pueblo menos tú, por imbécil.
Mataron cruelmente al comerciante y lo enterraron justo al lado de la casa de su hermano, según la costumbre. Aun así, el funeral fue muy bonito, con un ritual y música de arpa. Pero eso no consoló a su hermano.
Irónicamente, a eso lo llamaban justicia. Era muy curioso: cuando vivían bajo el poder de Mitanni, vivían bien, pero la gente no era feliz porque querían la libertad. Ahora que eran felices por ser independientes, resultaba que no había apenas ley. El cazador, que nunca había pensado en política, de repente se dio cuenta de cómo los gobernantes someten al pueblo con ideas contradictorias. Lleno de ira, recogió todas sus armas mientras sus vecinos celebraban la riqueza que habían conseguido y, tranquilamente, afiló su daga. Ya en la madrugada, cuando todos dormían, se dirigió a la casa del jefe del pueblo, dispuesto a castigarle por la muerte de su hermano. Por el camino se encontró a un borracho.
—¡Vaya, pero si es Deʁsideʁ, el hermano del traidor! Por idiota, y por entrometerte en el camino de la ley, deberían haberte matado a ti también.
—Ah, ¿sí? ¿La ley del populacho? Voy a matarte, imbécil.
Antes de que el borracho pudiera pedir ayuda, Deʁsideʁ le atravesó el cuello con su daga. La historia nos cuenta que hizo lo que haría cualquier persona decente de hace milenios tras cometer el asesinato de un inocente: justificarlo hablando con una deidad.
—Dios Assur, perdóname por haber matado a este animal que no me había hecho daño alguno, pero debo cumplir mi venganza.
Utilizando su sigilo, entró en la casa del jefe y le rajó la garganta mientras dormía. No descubrirían su muerte hasta el alba.
Rápidamente, Deʁsideʁ recogió las posesiones que pudo y huyó al interior de las montañas. Allí pasó varios días viviendo de lo que le daba el bosque, pues era un cazador experto y sabía cómo vivir solo. Se refugiaba en las cuevas y sabía la hora por el sol o las estrellas.
Pero nunca había estado solo tanto tiempo, y el recuerdo de su hermano muerto le llenaba de una ira intensa que le impedía dormir por las noches. Se convirtió en un monstruo. Cada vez que alguien se atrevía a internarse en el bosque, no lo dudaba y lo acribillaba a flechazos. Los habitantes de la región hablaban de un terrible demonio que habitaba aquellas montañas. Los úʁpilțos, aparte de sangrientos, eran gentes muy supersticiosas. Mientras, Deʁsideʁ sentía dentro de sí el poder del odio: ese gran calor que corre por dentro, esa gran necesidad de hacer pagar caro al mundo lo que ha hecho.
—¿Es posible que ese demonio del bosque sea Deʁsideʁ? Desde que mató al jefe de nuestro pueblo no hemos vuelto a verle.
—¿Importa acaso? ¿Quién va a atreverse a ir allí a detenerle?
Deʁsideʁ no se conformaba con matar a cualquier persona que viera, sino que también empezó a matar animales sin motivo, solo por el placer de matar. La narración en la piedra no da muchos detalles, pero presupongo que nuestro protagonista de nombre impronunciable entendió que el dios Assur le dio permiso.
Acabó olvidando todo lo que le hubiera dado sentido antes a su vida: los dioses, la comida, el sexo, los amigos, la naturaleza… incluso su querido hermano, al que tanto había esperado tiempo atrás (interesante ver el orden de prioridades que tenía la gente de aquí hace tantos siglos). Un día, mató a media manada de gamos, y luego siguió matando leones y leopardos. En otra jornada asesina, vio a una osa con sus dos oseznos escarbando en un revolcadero de jabalíes. No lo dudó y de un rápido tiro de flecha atravesó el cuello del animal. Unos días más tarde, volvió a aquel lugar. No quedaba ni rastro del cadáver de la osa (ya habían dado cuenta de ella los carroñeros), pero los oseznos seguían por allí cerca. Los pobres daban muestra de estar a punto de morir de hambre, pero se consolaban lamiéndose los hocicos.
Aquella visión de los dos hermanos desconsolados rompió la coraza que el odio había construido en el alma de Deʁsideʁ (en recuerdo de la amistad que tenía con su difunto hermano), y este se compadeció de los pobres animales. Los adoptó y los cuidó.
Desde aquel entonces, los úʁpilțos empezaron a contar la leyenda de un hombre que vivía con dos osos, que tenía una gran habilidad de cazador y que había sido elegido por los dioses para proteger sus tierras de caza. Y téngase por seguro que casi nadie se atrevió en mucho tiempo a entrar en esos bosques… Tanto fue así que fue divinizado (es decir, alguien consideró que se había convertido en algo cercano a un dios) y fue adorado hasta que, generaciones después, se decretó que en Dhiraz solo se podía rezar al Señor Dorado. Y se lo toman muy en serio, porque, hasta hace un año, aquí seguían cortando la cabeza a quien pronunciara su verdadero nombre sagrado, que no pienso escribir hasta que cruce la frontera.

¡Y eso es todo! Espero que te haya entretenido esta chapa. Piensan que es posible que las antiguas culturas de aquí tuvieran una constelación en el cielo dedicada al cazador y sus osos, pero nos falta información. Sea como sea, espero que te hayas entretenido un poco. Cuando volvamos, lo cual depende de lo movida que esté la política aquí, te contaremos con calma todo lo que quieras. Pero, vaya, ya te digo que aquí la gente come mejor y se ducha más que en nuestra democrática y moderna patria, ¡así que mal no estamos! Ja, ja, ja, ja.
¡Un saludo!
Tu primo.