El Honorable García entró a la sala con su toga bien planchada, la mandíbula hipertensa y los ojos caídos hasta las mejillas. Carla, la demandada, tiene 8 años y está tranquila. Mientras que Magali, la demandante, tiene 52 años y le tiemblan hasta las pestañas.
Magali: Señor juez, hoy vengo a demandar a esta niña por manipulación a mi hijo de 7 años, Ricardo.
Juez: ¿Qué acciones o palabras ha realizado Carla para que usted llegue a esa conclusión?
Magali: Le explico, ellos son amiguitos del colegio y, un día, Ricky llegó a casa tragándose las lágrimas y sollozando que su papá es un ladrón.
Carla: Cosa que es totalmente cierta.
Magali: Cállate, mocosa.
Juez: Ya será su turno, señorita, continúe su veredicto.
Magali: Rosselló. Como le decía, gritaba «mi papá me va a robar todos mis juguetes, todas las pinturas que tanto trabajo me costaron».
Carla: Así se robó el salario y la paz de mi mamá.
Magali: Juez, por favor.
Juez: Espere su turno, señorita.
Magali: Entonces, la mañana siguiente, Ricky hizo una mochila con toda su ropa, juguetes y manualidades. Me dijo que era para un proyecto del colegio. Pero cuando pasé a recogerlo, Ricardo no estaba por ninguna parte. ¡Me volví loca, señor juez!
Carla: ¡Ay! Él estaba más seguro que en su propia casa.
Magali: ¡HONORABLE! No voy a aguantar faltas de respeto de una mocosa que le falta tanto por vivir.
Carla: Esta mocosa nació ayer y ya quiere más a Ricky.
Juez: Señora Fortuño, ¿a qué se dedica el padre de su hijo?
Magali: A gobernar el país.
Juez: ¿Ama usted a su hijo?
Magali: Con la vida.
Juez: Entonces múdese con él a la casa de Carla, quien, antes que usted, concluyó que su hijo, no merece aprender a ser un ladrón por devoción. Ese es mi veredicto.

Educadora, teatrera y puertorriqueña. Suelo escribir sobre ideologías y acciones que sospecho que salvarán el mundo.