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Viento verde

Autora: Juliana Delgado
Correctora: Laura De Buen Visús

El techo de aluminio de la casa de enfrente parece tener grasa escurriendo. 

No es el techo más alto del edificio, hay dos pisos más arriba. 

De esos dos pisos, solo se ven las ventanas. A ellas no les pasa casi nada, están dormidas con los ojos abajo y con contorno blanco a su alrededor. Hay treinta y seis, por lo que se puede contar sin mirar del todo.

Mal que hoy las corrientes de viento pesen más de lo normal al golpear las ventanas; parece que no saben la ruta vuelta al frente y se estrellan mientras vocean lo que parece sonar como una «o» proyectándose. 

Ver desde aquí me costó un meñique con cicatriz de medialuna sobre el nudillo. Una herida a medio cerrar,

alergia en el pulgar, 

morados, polvo,

golpes, tierra. Un pez muerto y la cabeza entera. 

Las ocho noches llenas de angustia, cuatro cucharas, cuatro persianas y tres platos blancos. 

Un resbalón por las escaleras, dos amargas conversaciones y veinte minutos en bicicleta.

De cualquier manera, y mientras mi mano muta, puedo agradarme con la torre lejana de tejado brillante rubí, que descansa sobre la copa de los árboles del lado derecho. Las seis basuras organizadas en dos filas y los triángulos sobre la catedral, los doce huevos, cinco tajadas de pan y también un piso por brillar.

Cuento y escribo la cuenta, como y cuento al mismo tiempo. A veces, tal vez también incluso como cuento. Cuento, sumo y resto, reparto y divido. 

Se respira ahorcado con el viento verde que desaparece de las manos cuando uno lo persigue, que parece magia y alegra días. Que da pero quita, que hala, duele y se goza de maravilla. Ese que se respeta entre decenas de miles de centenares anexos a la facilidad, al deleite rutinario, sistemático y necesario.

¡Ah!, a ese que facilita la vida. 

Al que solía esconder entre la pared y la maceta azul con la planta falsa, al ajeno pero preciso y fatal. Que ahora se dispersa entre el espacio en sólido, en tres pisos y en seis ventanas.

Le canto, insulto, respeto y vigilo. 

¿Cómo alternarlo sin consumirme en su placer? Seguramente, cerrando ventanas y dejándolo reventarse de presión contra el vidrio; pero entonces aullaría en susurro su incómoda «o», y la solución se reduciría a dejarlo correr desinteresadamente entre ventanas y exigencias.

Viento verde

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