Para los despistados, los olvidadizos. Para los insolidarios e irresponsables.
Querida abuela:
Te escribo con dolor, pero con la esperanza de que donde estés la gente no haya perdido la humanidad, como está sucediendo aquí.
El sábado 28 de marzo una ambulancia te llevó al hospital. Durante 6 días dormiste sola, con la ayuda de un respirador y con el calor que te podían dar las enfermeras bajo el vertiginoso ritmo de trabajo que conlleva una pandemia sin precedentes.
No tuvimos más contacto que tres llamadas telefónicas de 5 minutos con la doctora, pero a los dos días de tu ingreso ya nos hicieron conscientes del final que la COVID-19 tenía preparado para ti. Solo nos quedaba esperar y asumir la despedida más fría. Te lloramos en soledad.
Unos días más tarde, el abuelo también fue contagiado y, a día de hoy, después de casi dos meses de tu pérdida, sigue aislado sin despedirse de ti y sin reencontrarse con nosotros.
Mi historia no es más o menos trágica que otra. Incluso puedo afirmar que es «ley de vida»: todos tenemos fecha de caducidad. Lo que no es de ley, ni es de vida, es que a las personas no les pesen 30 000 historias de dolor; sin despedida, ni duelo, ni abrazos de consuelo.
La mayor Fake New de todo el confinamiento que nos han contado, hemos creído y hemos propagado es que «íbamos a salir de la cuarentena mucho más humanos, valorando lo realmente importante». Sin embargo, nos hemos topado con dos Españas enfrentadas como en el 36: el egoísmo al máximo exponente.
Ningún color ni idea justifican los medios. No hay ningún motivo político ni económico por encima de una vida humana.
Mientras los despistados, los olvidados, los insolidarios e irresponsables se olvidan de ti y de todos los que han sufrido a causa del virus, tu familia te guardará respeto y el recuerdo de una muerte en soledad.
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