Debido a las continuas hostilidades y prácticas ilegítimas entre dos bandos, Yemen se enfrenta a su sexto año lidiando con un conflicto armado y con las esperanzas bajo mínimos. Todo esto con la mirada internacional hacia otro lado.
«Nadie tiene las manos limpias en este conflicto»
Fue el pasado 8 de septiembre cuando el Grupo de Expertos Internacionales y Regionales que «vigila» la situación del país publicaba su tercer informe titulado: Yemen: una pandemia de impunidad en una tierra torturada. Ahí, apuntaban que «nadie tiene las manos limpias en este conflicto». Pero ¿qué ha llevado al país bicontinental a esta situación?
Dicha guerra se remonta a la Primavera Árabe de 2011. Tras 33 años en el poder, el entonces presidente Alí Abdalá Salé se vio obligado a presentar su dimisión ante acusaciones de corrupción; de esta manera, Salé fue sustituido por su vicepresidente Abd Rabu Mansur Al-Hadi. Sin embargo, no fue hasta marzo de 2015 cuando el conflicto comenzó a estallar de forma exponencial con la participación de Estados Unidos, Reino Unido y Francia.
Los hutíes son uno de los pocos grupos revolucionarios con poder militar supervivientes tras las protestas árabes de 2010-2012. Estos fueron ganando presencia en el norte del país, oponiéndose a un diálogo de transición con Al Hadi para crear un nuevo Gobierno «más estable» tras la salida de Salé.
Este grupo revolucionario tomó la capital de Saná en septiembre de 2014 controlando, hasta el día de hoy, la mayoría de los centros de población. Todo ello al considerarse «marginados», y bajo el eslogan: «Dios es grande, muerte a América, muerte a Israel, maldición sobre los judíos y victoria del islam».
Un enfrentamiento entre dos bandos: el presidente Hadi, reconocido por la ONU, y los rebeldes hutíes, apoyados por Irán. ¿El motivo? Os lo diré: ninguno. Ninguno que justifique esta infamia. No encuentro un móvil «mínimamente razonable» para que un hombre llegue a perder 27 familiares en un ataque aéreo.
El coste humanitario
«Yemen sigue siendo una tierra torturada con un pueblo devastado en formas que deberían sacudir la consciencia humana», dijo Kamel Jendoubi, presidente del Grupo de Expertos.
Los yemeníes sufren la peor crisis humanitaria del mundo y la peor de su historia. En palabras de Naciones Unidas, «el peor desastre humanitario causado por el hombre». Sin embargo, la comunidad internacional «se lava las manos» y antepone sus intereses por el petróleo y por el control por el tráfico de armas. Así es como (sobre)viven: bajo un contexto sin precedentes de violación continua de todos los derechos económicos, sociales y culturales, además de tener lidiar con asesinatos, desapariciones, violencia sexual y de género y torturas.
Por un lado, según datos de UNICEF, un niño muere en Yemen cada 10 minutos; 144 al día. Por otro lado, según cifras del ACLED a 20 de junio de 2020, en lo que va de año han muerto en combate 9475 personas. Además, el Alto Comisionado de la ONU confirma al menos 74 fallecidos civiles, entre ellos 43 niños en lo que va de año.
Resulta que más de 24 millones de personas, casi el 80% de la población, necesita ayuda humanitaria y de protección urgente, incluidos 11,3 millones en situación grave que requieren ayuda inmediata para poder sobrevivir.
Todo bajo un contexto de bloqueo marítimo y aéreo que impide el envío de ayuda material y bajo unos gobiernos amparados al silencio.
La malnutrición aguda severa amenaza cada día a 400 000 niños menores de 5 años. ¿Dónde está la responsabilidad internacional ante estos crímenes de guerra?
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