En mi cuenta de Twitter sigo a multitud de escritores noveles, casi todos rondando mi edad (los veintidós años). Muchos de ellos han publicado con varias editoriales, han vendido cientos de libros en preventas que no duran siquiera un mes y han recibido críticas sumamente positivas. Pero aun así reconocen en sus redes sociales que han sufrido el Síndrome del Impostor en numerosas ocasiones. Este mal se define también como Síndrome del Fraude y se caracteriza por la incapacidad de asumir los propios logros o de considerarlos como tales.
Con este ejemplo no quiero dar a entender que solo pueden sufrir Síndrome del Impostor aquellos que hayan alcanzado este tipo de logros. ¡Nada más lejos de la realidad! Pero sí me parecen un gran ejemplo para explicar cómo funciona éste, pues impide que consideremos como un gran logro incluso aquello que la sociedad nos ha enseñado a denominar como tal. Es decir, conseguir rentabilizar nuestras creaciones, obtener opiniones positivas acerca de ellas…
Este síndrome recibe su nombre en el año 1978, en un artículo publicado en el International Journal of Behavorial Science. En él se explicaba que dicho problema psicológico causa que veamos la realidad desde un prisma de inseguridad. Lo que causa a su vez y de forma paradójica, incompetencia laboral. El hecho de no vernos capaces de estar a la altura merma nuestra moral y capacidad de trabajo. Y, por lo tanto, haciendo que no rindamos tanto como lo haríamos en condiciones óptimas, causando al mismo tiempo que nuestro Síndrome del Impostor aumente, ya que nos da nuevos errores con los que alimentarlo.
Según Harpers Bazaar, el 70% de los trabajadores han sufrido este síndrome en algún momento de su carrera. Esto puede deberse a la baja autoestima, al miedo al fracaso o a ser concebido como incompetente ante jefes y compañeros de trabajo. Otro de los factores que nos hace padecer esta desagradable sensación es el hecho de pensar continuamente en las expectativas que los demás han puesto en nosotros. Generándonos así la sensación de que nunca estaremos a la altura de lo que los demás esperan y de que, por tanto, les decepcionaremos.
Además, en mi opinión, añadiría que hoy en día otra realidad que alimenta este síndrome, sobre todo en disciplinas creativas o artísticas, es la existencia de las redes sociales. En ellas es extremadamente fácil hacer un comentario negativo o destructivo sobre el trabajo de otra persona, pues nos escudamos en el más absoluto anonimato. Esto hace que siempre estemos temiendo recibir este tipo de estímulos negativos. Es más, ahora puedes compartir tu arte a escala global, pero también consumir el que realizan creadores de contenido de todo el planeta, haciendo así que crezca la competencia y las comparaciones. Normalmente nos resulta más sencillo ver las carencias en el trabajo propio y las fortalezas en el ajeno. Y es que las redes sociales no hacen más que facilitarnos esta mortificante tarea.
Esta dolencia afecta más aún si cabe a las mujeres, debido a la falta de referentes femeninas en multitud de ámbitos y a la creencia de que se les otorgan puestos elevados exigiéndoseles para ello menos méritos laborales. Todo ello se relaciona con la creencia machista de que las mujeres nos vemos favorecidas por nuestros atributos sexuales o nuestras supuestas dotes de seducción. Siendo estas características las que nos hacen partir con ventaja con respecto a los hombres a la hora de conseguir algo.
A veces se nos hace evidente saber si sufrimos este síndrome. Pero en otras ocasiones aparece de forma menos obvia. Para saber si lo sufrimos debemos comprobar si, por ejemplo, atribuimos con frecuencia nuestros méritos a factores como la suerte, al hecho de que la ocasión fuera propicia, o a la inexistencia de competencia, en lugar de a nuestro talento, dedicación o fuerza de trabajo.
Un indicador puede ser el hecho de pensar que la próxima vez que tratemos de hacer lo mismo fracasaremos. Como si nuestro éxito fuera algo aislado y que excede nuestras capacidades. Otro, puede ser la sensación de que en cualquier momento los demás van a descubrir que no somos merecedores del éxito que tenemos. Por ejemplo, que no estamos capacitados para el puesto de trabajo que se nos ha otorgado o que lo que escribimos no es lo suficientemente bueno como para que una editorial quiera publicarlo. El perfeccionismo extremo es otra pista de que somos víctimas del Síndrome del Impostor. Así como la incomodidad ante las críticas, por buenas que estas sean, al considerarlas falsas o exageradas, demasiado positivas para que seamos merecedores de ellas.
Si llegado a este punto del artículo has comprendido que padeces el Síndrome del Impostor y quieres solucionarlo, encontrarás aquí algunos trucos que pueden ayudarte. Aunque recuerda que cada persona es un mundo, y que lo que nos funciona a algunos puede no tener efecto alguno en otro individuo. No obstante, quería compartir con vosotros algunos consejos que a mí me resultan útiles y que quizá puedan paliar también vuestra angustia a este respecto.
Uno de ellos es hablar de ti de forma empoderante, positiva. Por ejemplo, en mi caso solía decir “me gusta escribir” en lugar de soy escritora. Esto me hacía pensar en ello como un hobbie poco importante en mi vida en lugar de como una profesión o trabajo. Esto en un primer momento puede hacernos sentir pretenciosos (es el Síndrome el culpable de ello), pero con el tiempo nos ayuda a entender nuestros propios méritos como tales.
Ser algo en lugar de hacer algo no tiene por qué depender de la calidad de tu producto, ni del hecho de que te paguen por ello, sino de cómo te percibes a ti mismo y cómo te relacionas con tu trabajo y tus creaciones. Por lo que no temas usar este tipo de fórmulas incluso aunque creas que los demás no las considerarán acertadas en tu caso.
Otro consejo es preguntar a otras personas a las que consideres exitosas o incluso referentes si ellos se han sentido como tú en algún momento. Te sorprenderá la cantidad de ellos que te responderán de forma afirmativa. Haciéndote entender que la inseguridad está en nosotros mismos, y no realmente en la falta de calidad o dedicación del trabajo que hacemos. Por último, debes intentar dejar de contestar a las alabanzas con frases como “ha sido fácil, no es para tanto“. Limítate a dar las gracias, ayudándote así a dejar de pensar que lo que has hecho es poco meritorio y que “puede hacerlo cualquiera”.
Espero que todo este artículo haya podido ayudaros, en primer lugar, a conocer e identificar el Síndrome del Fraude, que seguramente se esté cebando con tantos de vosotros. Y en segundo lugar, a tratar de desterrarlo. Debemos ser los primeros en valorar e impulsar nuestras creaciones o los frutos de nuestro trabajo, no solo para alcanzar mayor éxito y llegar más lejos, sino, sobre todo, para ser capaces de disfrutar y relacionarnos de forma sana y satisfactoria con lo que hacemos y lo que somos.
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