Durante todo el año, la memoria anida conmigo continuamente: en libros, en tierra, en recuerdos, en papeles finos amarillos o en fotografías carcomidas; pero en octubre la memoria crea en mí telarañas. Puedo, en este inmaterial mes, sentir en los ojos cataratas de tiempo. En consecuencia, me vienen a la memoria (palabra que en este caso cobra otro sentido) los últimos versos del poema Un carnívoro cuchillo de Miguel Hernández, que dicen así:
«Sigue, pues, sigue, cuchillo,
Un carnívoro cuchillo de Miguel Hernández.
volando, hiriendo. Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía».
Este collage, realizado con una vieja fotografía de carnet de los años 40, con recortes de revistas ochenteras y con el dibujo a lápiz de La gran ola de Katsushika Hokusai, intenta plasmar todo aquello. De ese modo, el tiempo meteorológico se identifica con el tiempo pasado creando, en ambos, secuelas de destrucción y olvido. La consecuencia siempre es, por lo cual, la misma para el uno y para el otro: fregar. Coger cubo, trapo y mandil, y caminar despacio hacia el lugar donde duerme —no siempre— la memoria.
Y, finalmente, al llegar, pasarle el trapo mojado al granito como si fregaras un suelo o como si bañaras a un niño.
Octubre es el mes de fregar la muerte.
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