Y si un día, o una noche, un demonio se deslizara en tu más solitaria soledad y te dijera: “Esta vida, así como ahora la vives y la has vivido, tendrás que vivirla otra vez e innumerables veces más; y no habrá nada nuevo (…) [la pregunta] ¿lo quieres otra vez, e innumerables veces más?” yacería sobre tu actuar como el más grave de los pesos! ¿O cómo tendrías que reconciliarte contigo mismo y con la vida para no pedir nada más que esta última, eterna rúbrica y confirmación?
Nietzsche
Aturdido y confundido me sentí la primera vez que la idea del eterno retorno se hizo presente en mi vida. Intenté sacudirme el costado pensando que algún demonio se había posado en mi hombro. Me bañé con ruda como dice la tradición en mi tierra y hasta intenté dejar de ser yo. Todo esto fue perdido. Y de nuevo me detuve a intentar indagar en lo que significa el eterno retorno y lo que la pesada filosofía alemana puede tornarse. Pesado y penumbroso es el pensamiento, más necesario y divino es el conocimiento. Y así, nauseabundo y pesaroso, me levanté del asiento, me dispuse a cruzar el pasillo y, una vez más, volver a vivir lo ya vivido.
Dado que la cantidad de fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo infinito, el modo de combinarse dicha fuerza para dar lugar a las cosas que podemos experimentar es finito. Y si nos detenemos en reflexionar como los persas —tomándonos una hora al día debajo del árbol de naranjos— nos daremos cuenta, a lo mejor sin querer, que las cosas se repiten una y otra vez, otra vez y una. Quizá sin ninguna intención, notamos como la brisa nos trae sonidos que seguramente ya conocemos, nos canta melodías viejas que ya fueron y nos vuelve a conectar con amores que siempre están. Lo más importante es comprender que una combinación finita en un tiempo infinito está condenada a repetirse de modo infinito. Luego todo se ha de dar no una ni muchas, sino infinitas veces.
Posiblemente lo más difícil de este planteamiento está en relación con el hecho de entender qué es el instante. Ese instante que nos enfrenta a un choque, a un antagonismo, a un conflicto entre dos sendas; pues quien vive el instante, quien es el instante, se enfrenta a una decisión. Quien vive el instante se encuentra entre el pasado y el futuro. Vive en un eterno preguntar por lo que retorna y entiende que no es una decisión propia, sino por el contrario del instante, de la fuerza que domina las tendencias en que todo retorna.
De esta manera, el eterno retorno toca a la puerta de manera discreta. Se cruza por las vistas de manera cuidadosa y te hace entender que cuando preguntan dónde estás, la respuesta la encuentran en donde quieran recordarte. El eterno retorno te ayuda a entender los males del alma y las penas del mundo. Te hace volver atravesar un campo minado lleno de minas que crees saber dónde están. Pareciera entonces que en estos tiempos donde todo nos parece injusto, donde la guerra se puede ver con solo asomarse a la ventana, y la paz se encuentra cuando se cierra la boca, gracias a los malditos efectos dominó. A lo mejor, solo nos queda el buen fin del afán, regalos para los días malos, diciendo lo que seremos y porque no, haciendo lo que queremos, entendido que por mas que lo evitemos siempre volvemos al principio, siempre tendremos un eterno retorno.
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