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Crónica de una despedida

Autor: Nem0 Sicilia
Correctora: Gracia Vega

El diario de Liam Kane fue encontrado en el glaciar Grinnell, en el condado de Montana. Allí permaneció congelado desde aproximadamente 1866. Esta fecha fue datada por su descubridor, el arqueólogo Hubert Jones, profesor de la Universidad de Miskatonic, editora y distribuidora de este, quien agradece enormemente el trabajo de Helena Rodríguez por su labor de traducción y codificación.

Capítulo 1: 31 de marzo de 1847

Hace dos días Patrick murió. Nunca le di la trascendencia que el padre Cillian nos intentó inculcar hacia la lectura y la escritura. Por supuesto, entendía su utilidad, ya sea para anotar cuentas que se puedan olvidar o deudas que saldar. Pero desde luego no sentía la adoración que él profesaba hacia los textos.

El problema que me revuelve la cabeza aún más que las olas agitando el velero en la tormenta, el olor a quemado constante o la lluvia picoteando la cubierta, traspasando su espíritu hasta mis huesos. Aquí permanecen pellizcándote para verte temblar y mantenerte insomne hasta que cierres los ojos, acompañado por las toses indiferentes del resto de la bodega. Al rato, vendrá un puto inglés de mierda a tirarte por la borda como otra rata muerta más. 

De las playas de Brighton a los suburbios de Manchester no hay un alma al que le importe que nuestras huertas estén infectadas mientras la harina siga circulando y el patrón les pague medio penique. Ese maldito cabeza hueca de uniforme solo es un enterrador en alta mar. Aunque le paguen como a un soldado está más preocupado por las cajas del fondo de la bodega que por los pelirrojos de bajo cubierta.

Patrick lo sabía y me hablaba de ello a todas horas, soñaba con campos tan largos que no alcanzase la vista, un sol impasible ante las nubes cargadas de lluvia y una tierra fértil que emane leche y miel, donde plantar las semillas que tú decidas. Sin señores, ni amos. Notabas su decisión en cada sílaba y en las arrugas de su sonrisa torcida.

Las primeras noches charlando con él me sentí abrumado, no paraba de pensar en mi madre. Ella me habló de las colonias después de enterrar a Michael. Me pidió que me marchase después de que ese azufre se llevara a Fiona. Le prometí que volvería una vez amasase suficiente para llevarla conmigo, pero sus ojos grises sabían que le estaba mintiendo. Nada más decirlo agaché la cabeza intentando tragarme mis palabras y ahí estaba, como siempre ha estado: el crucifijo de roble y cuero con doce cuentas que lleva adornando su cuello desde que tengo memoria. 

Desde que tengo memoria la muerte me acompaña, en la tensión irrefrenable en el bajo vientre, en el apellido Kane tallado no menos de 20 veces a 100 pasos de mi casa y en las ruedas del carruaje de Lord Brown viniendo a recoger nuestra cosecha. Ni siquiera a tres mil millas del caserío puedo escapar de ella. El pan mohoso aderezado con serrín, las ojeras con tono azulado o el círculo de ratas babeantes son solo un aviso de lo que vendrá.

Así, cuando me desperté hace unas horas y vi el cuerpo del que fue mi compañero, amigo y cuentacuentos en estos 14 días de travesía no me sorprendí, ni derrame una sola lagrima por él, como tampoco lloré por mis hermanos, ni cuando pillaron a Ronnie intentando robar un cargamento, ni en el puerto de Sligo al partir. El puto borracho de Papa me enseñó a bebérmelas, de un trago y sin hielo, porque si algo sabía hacer, era beber.

Fue unas seis horas después, cuando escuché el grito del vigía como caído del cielo, que recobré el sentido. En menos de un instante todas las bodegas se vaciaron, se dibujó una línea de cabelleras rojizas al estribor observando incrédulos un montículo de tierra no más grande que la hacienda. Escuchamos las quejas del capitán, exigiendo que volviésemos a nuestro agujero, pero las olas burbujeantes de ilusión taparon sus gritos hasta hacerlos sordos.

Conté menos de un tercio de los pasajeros que vi subirse al navío, ahora la mayoría de los niños habían desaparecido. Se me cortó la respiración al pensarlo. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí abajo? ¿Adónde se fueron? Una ráfaga de viento con olor salino nos golpeó y susurró.

P A T R I C K   O´ S U L L I V A N

No sé si alguien más lo escucharía, pero sé que yo sí. Como si en menos de lo tardas en tomar aliento su alma hubiera ascendido desde el fondo para acompañarme en esta aventura, en esta vida que soñó. Recordé que me habló del diario que trajo consigo, un pequeño cuaderno del tamaño de una biblia con las tapas negras y las páginas lisas.

Bajé rápidamente y lo encontré debajo de su catre, estaba húmedo y en su interior hallé un lapicero. Patrick me contó que al tocar tierra comenzaría a escribir, relatando todo lo que le pasase y describiendo su alrededor, por si el whisky le hiciese olvidarse de algo. Aquí es donde da comienzo nuestro viaje.

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