ciudad

¿Por qué hablamos de leyendas «urbanas» para referirnos a aquellas nacidas en lo que llevamos de siglo XXI o la última mitad del XX? Según Wikipedia, el calificativo vendría a referirse a «su adecuación a la sociedad industrial y al mundo moderno», porque «las opone a aquellas leyendas que, habiendo sido objeto de creencia en el pasado, han perdido su vigencia y se identifican con épocas pasadas». De acuerdo, aceptemos esta afirmación, pero ¿por qué usar ese adjetivo y no otro? Al fin y al cabo, bastantes leyendas de la remota antigüedad ocurren en ciudades. Además, si tenemos en cuenta que nuestros conocimientos de mitología suelen venir de fuentes escritas y que las pocas personas que las convirtieron en textos vivían en urbes, la relación no parece evidente.

Y, sin embargo, parece que cuando queremos indicar que algo es rompedor por lo moderno que es tenemos que añadirle el adjetivo «urbano». Se ha calificado como música urbana a varios géneros distintos surgidos, precisamente, en este siglo o la segunda mitad del anterior. De hecho, en inglés, se suele añadir el adjetivo contemporary, lo cual le resta ambigüedad. Y, aunque existe una polémica con esa clasificación, lo cierto es que la sociedad parece haberla aceptado. Cabe decir que de ahí resulta la gran frase «dime una puta música que no sea urbana» en la colaboración que grabaron Tote King y Rozalén.

En cuanto al llamado arte urbano, suele definirse como opuesto al arte oficial. El arte de las élites y apoyado por los poderes económicos. Sin embargo, ¡ocurre que ese concepto de arte al que se enfrenta también está en las ciudades! Pocos museos de arte clásico se encontrarán lejos de una urbe.

También existe la fantasía urbana, y una vez más el adjetivo parece señalar que es un género ambientado en nuestra época (o casi). No obstante, como es evidente, las ciudades existen desde mucho antes de los siglos XIX o XX. ¡De hecho sabemos de su existencia desde hace más de 8 000 años!

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Lo interesante es que esa relación con lo nuevo no es algo único de nuestra época. El término «pagano/pagana» en castellano proviene del adjetivo latino paganus/pagana/paganum, usado para designar a aquellos que seguían sin unirse a la religión cristiana y aún rezaban a sus dioses ancestrales. Originalmente, sin embargo, significaba «campestre». ¿A qué se debe esto? 

El cristianismo se extendió por el Imperio Romano a un ritmo desigual a lo largo de los siglos. Pues llegaba con mucha más facilidad a las ciudades. Consiguiendo imponerse siempre a las demás religiones (por las buenas o por las malas) dentro de ellas. La nueva religión alcanzaba y se instalaba con mucha facilidad en terreno urbano, por lo que tenía sentido relacionar el vivir en terrenos rurales con mantener ritos ancestrales. De ahí el cambio de significado de la palabra.

Si viajamos aún más atrás en el pasado de la cultura grecorromana veremos que los mayores cambios sociales y políticos tenían lugar en terreno urbano. También las artes y las ciencias tenían lugar en las ciudades mayormente. 

Pero si miramos fuera de la cultura occidental también veremos a las ciudades convertidas en un factor de cambio social. En el primer Imperio Árabe, cuando la religión musulmana aún era minoritaria y propia solo de los conquistadores, se hizo habitual crear nuevas ciudades para los nuevos señores. Y no sería hasta muchos siglos más tarde que el islam se convertiría en mayoritaria fuera de Arabia. Así nació, por ejemplo, la ciudad de Basora. Es decir, una base para que los musulmanes pudieran controlar el territorio del actual Iraq, donde la nueva religión era aún extraña. En el fondo es un esquema muy similar al que siguieron muchos siglos antes Alejandro Magno y sus sucesores llenando Asia de nuevas ciudades para los colonos griegos.

Si lo pensamos es bastante lógico. Porque en las ciudades hay mayor concentración de población en una menor extensión de terreno y, además, con mayor variedad de ocupaciones y más acceso a información. Otras religiones que han intentado extenderse por el mundo, como el budismo o el maniqueísmo, aprovecharon las rutas comerciales asiáticas, de ciudad en ciudad, como base inicial.

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No obstante, aunque tengamos claro que las ciudades siempre han sido un factor de novedad y cambio social, sigue siendo curioso que hayamos aceptado llamar «urbano» a lo nuevo de forma subconsciente. ¿Es posible que las ciudades hayan representado en las últimas generaciones más aún que en el resto de la historia?

Aunque las ciudades llevan existiendo desde milenios, la mayor parte de la población humana vivía fuera de ellas. Sin embargo, los grandes cambios de la historia y los registros de lo que ocurrió en el pasado nos han llegado principalmente de manos de urbanitas. Es solo a partir de la industrialización que las ciudades empiezan a ser más importantes económicamente que la producción de los campos.

Así pues, se trata de una nueva era en la que el dinero que se puede invertir vale más que la posesión de tierras. Tras las guerras mundiales, cada vez más gente, en cada vez más países, emigra a la ciudad a un ritmo nunca visto. Estoy seguro de que casi todas las personas que lean este artículo serán hijas o nietas de alguien que abandonó generaciones de vida rural para emigrar una ciudad mientras su país cambiaba década a década, año a año. Es más, tal vez me esté leyendo alguien a quien le ha tocado ser quien deja el pueblo de su familia.

En el siglo XXI se ha fraguado el cambio definitivo: el momento en el que hay más seres humanos viviendo dentro de las ciudades que fuera. Quizás por eso entendemos el adjetivo «urbano» como un símbolo de que algo es propio de nuestra época. Nuestras ciudades, aunque siguen dependiendo del alimento, la energía y los materiales que se generan fuera —nos conviene recordarlo— ahora se alzan orgullosas. Ya no son islas extrañas rodeadas de cultivos o naturaleza salvaje.

Nos guste o no es el paisaje que compartimos la mayor parte de los humanos: el escenario de la globalización y el antropoceno. Las ciudades llenas de humo y luz artificial donde se fraguaron los estilos actuales de narrativa y poesía, más tarde el cine y, finalmente, los videojuegos.

Ya he hablado de la música y cómo varios géneros han sido unidos al concepto urbano por su nombre. Los antiguos monstruos, fantasmas y hechos grotescos que viven gracias al boca a boca también se han adaptado y ahora forman parte de leyendas, sí, pero urbanas. Los grafitis, que ya reinaban en ciudades romanas como Pompeya, ahora bullen y evolucionan con más poder que nunca. Nos guste o no, la ciudad es nuestro mundo. Un paisaje de oficinas y cemento, como decía la canción de Love of Lesbian, pero también de parques y patios. El hogar de historias de amor y amistad, pero también de corrupción, soledad y terror. ¿Cuánto durará? ¿En qué se convertirá?


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