Las relaciones sociales se determinan de forma intrínseca en la medida en que nos reconocemos como seres humanos. Es evidente que la cualidad de generar conexiones con lo que nos excede, desde un principio, ha sido punto clave para desarrollar nuestras disciplinas. La Plástica —y, siendo un poco más general, el Arte mismo— podría precisarse como espacio propio de esta característica.
Está más que claro que la idea de un Arte que funciona y parte desde una relación y un criterio social viene en desarrollo. Probablemente, así como ha mutado hasta ahora, se verá modificada con el tiempo (recordemos la idea de que el Arte se determina por el tiempo). De esta forma, aspectos como la política, la experiencia y la práctica desempeñan un papel fundamental para el desarrollo del Arte; eso sí, siempre determinadas por una sensibilidad artística.
Por un lado, como el artista Joseph Beuys, comparto la idea del potencial transformador que el Arte proporciona visto como «ciencia de la libertad». Por otro, refuto la idea de que todo ser humano es artista, pero no de que toda acción es una obra de arte. Esto teniendo en cuenta los criterios necesarios dentro del hacer en la práctica artística.
Entiendo que aspectos como la fuerza creativa y la voluntad expresiva vienen dados. Por lo tanto, forman parte de la esencia del ser humano sea cual sea su disciplina. En este caso, el hacer se convierte en un proceso del desarrollo meramente de materia plástica en pos de suplir la idealización de la necesidad creativa. Es en este punto donde la sensibilidad artística diferencia «materia plástica» de «Arte» y el carácter de un artista logra ser distinguido.
La postura frente a una intención proporciona el desarrollo de la experiencia estética en pro de la práctica artística. Es justo en ese punto que cualquier acción medida desde una intención, y a través de una consciencia desde los intereses propios, pasa a convertirse en Arte.
Dentro de este sesgo de acción, factores como el contexto, y más específicamente el espacio, ocupan un valor del que la obra no puede disgregarse. Esto en la medida en que la ejecución de estos procesos venga dada por una vertiente del todo social. Tal vez no todos somos artistas, pero sí agentes sociales. De este modo, nuestra capacidad de accionar va a estar determinada por nuestro contexto, en donde el comentario social coexiste con la revelación íntima, como bien mencionaría el artista Félix González-Torres.
Teniendo esto en mente, podría asegurar que adquirimos de forma inconsciente una responsabilidad social. Aquí, las estructuras y espacios para la interacción y el intercambio en cuanto a que me relaciono con el otro, en correspondencia con el hecho de que lo encuentro diferente, pasan a un plano principal; ejemplo de esto es la obra de Rirkrit Tiravanija. Nos involucramos y nos vemos envueltos en un todo desde la participación. Así pues, la noción objetual desaparece para volver a significar el plano de lo estético. Hélio Oiticica lo llamaría «transobjeto»; entendámoslo como ese potencial fenomenológico en donde el sujeto y el objeto pasan a ser uno solo según su contexto, en donde al final, así se perciban o incluso entiendan, se logran experimentar.
De este modo, podría asegurar que la vida, entendida como tiempo, trayectoria, espacio, experiencia, cambio y política, depende y determina al mismo tiempo el desarrollo de la obra, la cual parte de una intención y una consciencia clara del hacer en cuanto a la práctica artística.
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