¿Quién decidió el significado de las cosas? ¿Quién se atrevió en algún momento a nombrar algo, por lo que quiso que fuera eso lo que sería aunque no quisiera? ¿Desde cuándo el título derrumbó la esencia de lo que verdaderamente es algo? La respuesta es fácil: desde que las ventanas quisieron ser puertas.
Entiendo lo complicado que es querer ser, y más aún cuando no hay posibilidad de serlo. Sin embargo, un conjunto de letras dando significado pueden transformar esta ontología en algo nuevo. Eso es lo que veía en los autobuses, con las ventanas siempre ansiosas de funcionar como pasadizo entre el adentro y el afuera. De ese modo, el pequeño martillo de extremos filosos color rojo de la parte superior clama el día en el que una basta mano llegue a desmentir el significado de una ventana y, finalmente, pueda funcionar como lo que siempre quiso ser: una puerta.
También puede que llegue a generalizar el verdadero propósito de una ventana, ya que no todas quieren ser puertas. Algunas, tal vez, solo quieren consolar a las personas y ser esa escapatoria del pasar fugaz del día a día. Ven el reflejo de cada pequeña expresión, saben los conflictos internos de cada pasajero y, por eso mismo, quieren ser esa «salida de emergencia». Así se dan a entender. Si en la sucia y rasgada escarapela se leyera «ventana», podría aceptar que las ventanas de verdad quieren ser ventanas.
Recuerdo que, hace ya unos 14 meses, en la clase de ocho a diez de la mañana, hablamos sobre cómo lo que hacemos no es realmente lo que creemos estar haciendo. Y surgió el ejemplo del bus.
Gracias al cielo Sofía pudo contradecir con las palabras perfectas la acción de ir en bus. «Es tener paciencia», asintió de momento la profesora; y, en últimas, es cierto. Uno no va en bus todos los días, uno solo tiene paciencia. De ahí, y en adelante, que mi recorrido en este transporte se haya convertido en un viaje con golpes, sudor, tráfico y, a veces, algunas patadas, pero con paciencia con lo realmente importante.
Los titulares en el bus me causan mucha curiosidad. ¿En qué momento a alguien se le ocurrió nombrar una parte de la ciudad como «mirador codito»? Si no supiera la ruta, aseguraría que se trata de un lugar intervenido por un minúsculo codo con lentes.
Y es justo en este momento en donde volvemos al primer fragmento. Los números tampoco querían ser números en un principio. Ellos solo querían ser lugares, calles y carreras principales. El 127, el 80, el 26, el 45, el 100, el 30, el 72, el 68 y el 7; sobre todo quería destacar esos, siendo ruta peatonal y automovilística. A diferencia de las ventanas, ellos sí consiguieron lograrlo.
Mi conclusión es que la vida se resume en estar en un bus, o en tener paciencia; cualquier forma es correcta.
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