¡Oh, Dios! ¡Tener que escuchar al insecto en la hoja disertando sobre lo demasiado que viven sus hambrientos hermanos en el suelo!
Cuento de Navidad, Charles Dickens
Con el frío y los días cada vez más cortos, el tiempo dedicado a pensarnos hacia dentro se alarga y deforma. Por eso, en cada esquina y remolino de vaho podemos apreciar a los fantasmas que Dickens personificó en su cuento de Navidad.
A mí, como a cualquier otro simple mortal, me acosan del mismo modo. Pero los míos tienen la particularidad de habitar todos los universos paralelos que mi inagotable imaginación pueda conjugar.
Llegan por la noche, mientras duermo, alimentados por la duda y el deseo de todas las cosas que quiero y no tengo, susurrando a gritos listas de todo lo que pudo ser y no ha sido.
Vienen exigiendo justicia por las vidas errantes que aguardan en cada curva de todas las decisiones absolutas.
Me hablan de las puertas que tapié cuando elegí biología, del avión que no cogí, del país que abandoné en mitad de la huida, del espectro con mi cara que ya es madre, de la mano que firma un libro con mi nombre.
Visten mi piel, pero hablan otras lenguas y llaman casa a personas que me son ajenas. Acaso alcanzo a vislumbrar en su reflejo aquel color del que no me atreví a ponerme el pelo, la entrevista que soñé y no intenté por no creérmelo.
Llevan con orgullo el disfraz de niño perdido al que han convencido de hacer suyo el himno de:
—Soy el capitán de mi barco. ¡Soy el dueño de mi destino!
Llenitos sus vacíos del dedo acusador del que anda libre de pecado porque nunca lo ha intentado, porque nunca lo he dejado… Porque nunca lo he elegido.
Me acosan los fantasmas de todos los universos paralelos, hablándome de quereres que no me son ciertos. Exigiendo justicia por las vidas errantes que aguardan en cada curva de todas las decisiones absolutas.
Pero hoy me niego, me niego a llenar de flores las tumbas de los no muertos por no nacidos, a escribir epitafios para cuerpos que no habito. A dar cobijo a recuerdos plañideros por ansiedades obsesionadas con lo no vivido.
Me niego a aceptar por yerma la tierra que piso, los labios que beso, los retos que me exijo. A temer en condicional, a ojalás cargados de pasado, al tiempo pretérito que siempre fue mejor, aún ni siendo.
Me niego renegar de las raíces que crecen en lo íntimo, de la hermana que lo intenta, de la poeta, del amigo, de los ojitos chinos y del «kiyo, gracias por este ratito».
Hoy me niego, y a los fantasmas de todos los universos paralelos que me acosan en este invierno les repito, dejad de doleros tanto y mirad la primavera a la que os he traído.
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